martes, 20 de septiembre de 2016

De la elección de colegio, y el valor de la educación.

Este año me he tenido que enfrentar a uno de los momentos que más temen muchos padres, la elección de un colegio para mi hijo. ¿Y por qué es tan temido? muy sencillo, por las historias de terror acerca del tema que nos han contado otros padres que han sufrido la experiencia antes que nosotros. Horarios que no cuadran, colegios conflictivos, falso bilingüismo, cupos cubiertos... parece algo parecido a la Aventura del Poseidón, pero una vez superado, tengo que decir que no ha sido para tanto. Así que mejor no agobiarse con el tema.

Como sé que hay gente que me lee desde Sudamérica, os explico que en España existen tres tipos de colegios, los públicos, los privados y los concertados. De hecho, creo que es el único país del mundo donde existe esta última modalidad. Se trata que algo que puso en marcha el gobierno socialista de Felipe González en los años 80, y que consiste en dar una subvención de dinero público a colegios privados, de manera que la escolarización en los mismos sea más económica y por tanto, accesible a más capas sociales. Con ello se resolvían en la época dos problemas de un plumazo, por un lado el elitismo de los carísimos, e innaccesibles para la gran mayoría, colegios privados, y la carencia de plazas suficientes en centros públicos. En España, como en el resto de Europa, la escolarización no sólo es obligatoria, sino que es un derecho fundamental de todos los españoles, recogida en el Título I de nuestra Constitución, por lo que el Estado tiene que garantizar por Ley, si o si, una plaza a todo niño en un colegio público o, como en el caso de los concertados, subvencionado por el Estado. Sin embargo, en los primeros años de nuestra actual democracia, los gobiernos de la época se encontraron con que, sobre todo en las grandes ciudades, ésto no era algo tan fácil, y era más económico dar las subvenciones a los colegios privados que quieran adherirse que construir todas la escuelas públicas que hacían falta en aquel momento. A mi me parece una solución muy inteligente, la verdad.

¿Cómo se había llegado a esa situación? muy sencillo, históricamente en este país la enseñanza había sido un privilegio de las clases pudientes. Los colegios estaban mayoritariamente en manos de congregaciones religiosas, y orientados a educar a los hijos de aquellos que podían pagar. No había un sistema público de enseñanza, y los niveles de analfabetismo eran de los más altos de Europa. Estoy hablando del s.XIX y comienzos del XX. Pero estaba claro que un país sucesivamente en manos de monarquías absolutistas, gobiernos pseudodemocráticos elegidos en el mejor de los casos por sufragio censitario, alternando liberales y conservadores en el poder (como tan bien lo reflejara Galdós en su novela Miau) o por dictadores como Primo de Rivera, era más fácil de manejar cuanto menor fuera el nivel de estudios de la población.

A veces pienso que ésto no ha cambiado tanto.

En las zonas rurales el problema se agravaba más, porque no sólo es que no hubiera escuelas, es que nadie, salvo el cacique del pueblo, se planteaba enviar a sus hijos a estudiar. Se tenían muchos hijos, más incluso de los que se podían alimentar, para que ayudaran en el campo. Con apenas cuatro años ya estaban trabajando. Y ahora nos escandalizamos de la explotación infantil en el tercer mundo, que poca memoria tenemos los españoles.

Con la llegada de la II República, se produjo uno de los grandes hitos en la historia de la educación en este país, la reforma educativa. Porque el saber nos hace libres, y la educación nos da alas, se creó toda una red de escuelas públicas, mejorando con sumo lo ya existente, de manera que hasta en el rincón más inhóspito de la España más profunda, hubiera un colegio estatal, que garantizara una educación de calidad y gratuita a todos los estamentos sociales. Además, cuando hablo de calidad, hablo también de modernidad, aunque ésto último sólo se percibió en las grandes ciudades, no dio tiempo a más. Mi abuela paterna, madrileña de pura cepa, estudio en un instituto público (si, fue al instituto) con el sistema de la reforma educativa. No tenía nada que envidiar a la educación actual. Eran laicos y modernos, tenían extraescolares como baloncesto (con lo que implicaba para la pacata mentalidad de la época que una mujer practicara un deporte, y encima en pantalón corto) o visitas a museos. Mi otra abuela no tuvo tanta suerte, natural de una aldea del norte de España, sus padres no la dejaron ir al colegio, porque para que quería una mujer aprender nada; se escapaba de sus tareas en el campo para ir a la escuela, hasta que la pillaron sus padres, aunque gracias a eso por lo menos mal leía y mal escribía. Para que se vea como ha avanzado la situación en este país, las mujeres de mi familia somos un gráfico ejemplo: mi abuela materna era analfabeta (lo digo abiertamente, porque no creo que sea algo vergonzoso, ni a ocultar), mi madre pudo ir al colegio, pero a los 12 años comenzó a trabajar (algo muy habitual en la época), y yo tengo una licenciatura universitaria y un máster de postgrado.

Por favor, no dejemos que este país involucione. Aún recuerdo a mi abuela, acercándose sigilosamente a mi mientras estudiaba, para susurrarme al oído, "estudia, estudia tú por mi, todo lo que yo no pude estudiar". Eso, y sacarse el carnet de moto, eran sus dos grandes frustraciones en la vida.

La guerra civil supuso el cierre de los colegios e institutos, y la llegada de la dictadura franquista un retroceso abismal. Se mantuvieron abiertas las escuelas estatales, si, pero se utilizaron como medio de adoctrinamiento de la población. Se utilizaba un libro de texto, el Florido Pensil, que leído ahora pone el vello de punta. Los colegios privados, en mano de la Iglesia católica, no eran mucho mejores, en el plano académico si, desde luego, era donde se aprendía, pero muchos también eran utilizados como un medio de represión del pensamiento. Sin embargo, comenzaron a surgir colegios privados que no estaban en manos de la Iglesia, sino que eran fundados por seglares en un intento de abrir pequeños oasis de pensamiento, era lo que quedaba de la reforma educativa de la II República y la educación libre de enseñanza. Mi padre estudio en uno de esos colegios, donde para su sorpresa, le enseñaron a pensar. Pero sólo estaban al alcance de las clases sociales más pudientes.

Otra cosa era la Universidad. Hasta los años 90 no hubo universidades privadas en España, sólo existían las públicas (con la excepción de ICADE/ICAI, Deusto y Comillas, que eran y son de la Iglesia católica, y que a parte de carísimas, siempre han gozado de un más que excelente nivel académico), lo que hace que tuviéramos y tengamos una de las mejores Universidades Públicas del mundo (que espero mantengamos), a la que por desgracia hasta los años 70/80 no tuvo acceso la mayoría de la población. Es cierto, que durante la dictadura no había libertad de cátedra, y había espías del régimen infiltrados entre los estudiantes, pero aún así fue el germen del comienzo de la oposición a la dictadura; mi padre comenzó sus estudios en la Complutense en septiembre del 68, y recuerda perfectamente la bocanada de inusitada libertad que suponía en aquella época ser universitario.

Y llegamos a los primeros años de la democracia, cuando nací yo, justo a la vez que la Constitución. Los gobiernos primero de UCD y después del PSOE, como digo se encontraron con que debían garantizar una educación gratuita todo el mundo, pero no tenían de donde sacar el dinero, así que digamos tiraron por la calle del medio. Al sistema de concierto se adhirieron en su mayoría los colegios religiosos, y así continúa siendo en la actualidad; se da un importe fijo por niño/año y los padres deben sufragar la parte de la plaza de su hijo que no cubre el dinero dado por el Estado, lo cual obviamente varía mucho de unos colegios a otros. Comedor y extraescolares se pagan por los padres, pero eso es igual en los colegios públicos.

La mayoría de colegios privados creados a lo largo de la segunda mitad del s.XX continúan siéndolo, amén de muchos otros posteriores, sobre todo con la llegada de los llamados colegios internacionales. Son carísimos, y en muchos de ellos apenas queda un resto de lo que fueron, algunos se han convertido en un "pago para que aprueben a mi hijo", lo que es una lástima. Otros no, son muy buenos, aunque evidentemente sólo para quien los pueda pagar.

Actualmente se ha abierto de nuevo, sobre todo por las nuevas fuerzas políticas emergentes, el debate acerca de la necesidad de mantener los colegios concertados. Dicen que ya no son necesarios como lo fueron en su momento, pues ya hay suficientes escuelas públicas, y que supone tener menos dinero para el sistema de educación pública, que ha sufrido numerosos recortes con la crisis económica de los últimos años (lo cual es cierto). Pero por otro lado, también he leído ataques no tanto a la parte económica, sino al hecho de que en su mayoría son colegios religiosos, y es que vivimos un momento de inversión social en ciertos aspectos, en el que parece que ahora a la gente se la persigue por tener fé. No veía bien lo de antes, no veo bien lo de ahora, porque al final es lo mismo, no respetar la libertad de pensamiento individual (por cierto, y por si alguien tiene dudas, yo no soy una persona religiosa). También he leído auténticas soflamas en defensa del concierto de los colegios religiosos, basándose en ¿la Constitución?, madre mía, si todos los que la citan se la leyeran cuantas tonterías nos ahorraríamos de leer y oír. España es un estado aconfesional, y por tanto no tiene que garantizar una educación religiosa, y si una escuela pública de calidad. Seamos sinceros, lo que ocurre es que a muchos nos viene de perlas llevar a nuestros hijos a un colegio concertado, con educación y servicios de privado, a coste de público. No seamos hipócritas.

Sobre la calidad en la educación actual, ufff... creo que eso daría para una tesis doctoral. Pero vamos, creo que no soy la única que percibe que las generaciones actuales aprenden menos que nosotros, desde luego muchos de ellos a manejar correctamente el castellano, no. El éxito de muchos colegios concertados radica también precisamente en el hecho de que mantienen parte de la excelencia académica que tuvieron en otras épocas (dentro de lo que les permiten nuestros actuales y pésimos sistemas educativos). Evidentemente también colegios públicos realmente buenos, pero los pide todo el mundo, claro, y entrar es como que te toque el gordo de la lotería de Navidad, aunque debido a la baja natalidad, cada vez lo es menos.

Llegados a este punto de mi diatriba, retomo el inicio de esta perorata, la elección de un colegio para mi hijo. La mayor parte de disgustos ajenos que he presenciado, se han debido siempre al hecho de que los niños no han podido entrar en el colegio que querían los padres. Y muchos hacen de eso un auténtico drama.

En los colegios públicos y concertados se entra por puntos, puntúa la cercanía al centro, el ser hijo de antiguo alumno, tener hermanos dentro, ser hijo de un profesor, familia numerosa, tener algún miembro de la familia con discapacidad... Echas la instancia al colegio que más te convence, y entran los niños que tienen más puntos. Los que se quedan fuera son recolocados por la consejería de educación en aquellos colegios que nadie quiere, y ahí, es donde comienza el drama, porque los públicos y concertados ya tienen cubiertas la vacantes, y o te toca asumirlo, o pagar un privado, donde obviamente la admisión consiste en pagar y ya. El problema que esos colegios que nadie quiere, son colegios con un bajísimo nivel académico, y otros problemas añadidos.

Los colegios organizan jornadas de puertas abiertas para que los conozcas. A mi todo el mundo me dijo que visitara sólo tres o cuatro, pero me vi ocho, y no me arrepiento, es una decisión importante, y hasta que no vas y los ves, no te haces una idea real. Hice una pre-selección de los que quería visitar en base a algo que recomiendo a todos los padres que lean ésto, establecer unos criterios de lo que es conditio sine quam non para ti, en mi caso:

- Estar cerca de casa.
- Tener buen nivel académico.
- Tener un buen horario.

Lo demás me resultaba secundario. Lo he hablado con otros padres, y todos coinciden en que es fundamental, y varían mucho, por ejemplo hay que ha dicho que quería un colegio cerca de casa, con uniforme y religioso. Cada uno es un mundo, piensa que buscas tú, y no des palos de ciego.

Las jornadas de puertas abiertas se las curran mucho los colegios concertados (muchos hasta te invitan a comer) y muy poco los públicos, la verdad. Privado no vi ninguno, no los puedo pagar. Lo malo es que se paran demasiado en aspectos como el ideario del centro, y cosas así, algo que ya conocemos los padres que estamos allí, vamos a ver, que les hemos investigado previamente, por favor, cuénteme lo que me interesa, es decir, horarios, organización del día a día... vamos lo práctico, y lo que acabamos preguntando todos. Yo me iba con un cuaderno, y preguntaba tanto que el resto de padres me habían corro. Curiosamente, en el que colegio que finalmente he elegido a la profesora que interrogué es la tiene ahora mi hijo, jajajaja

En todo este proceso, me he encontrado con una variedad de padres que no esperaba, el padre/madre talibán (si, como con la lactancia materna), y es como en todo lo que afecta nuestros hijos, la gente se radicaliza mucho. Le tengo que dedicar una entrada del blog con calma. Pero me he encontrado con padres lanzado auténticas peroratas en el parque en defensa de la educación pública (que si, que está muy bien, pero vamos que cada uno lleva a sus hijos donde quiere) y que prácticamente me han dejado de tratar porque elegí para mi hijo uno concertado y religioso (consideran que les estamos robando el dinero). Y luego están los que creen que pagando más sólo obtienen lo mejor, y te miran con una mezcla de lástima/superioridad porque no has elegido un privado. !Dios, que hartura de gente¡

Por cierto, en mi caso tuve muchas dudas sobre que colegio elegir, porque me gustaban varios, aunque todos del mismo estilo, porque yo buscaba la disciplina académica de los colegios religiosos, y al final inclinó la balanza la ubicación y los horarios, porque luego entra en juego el tema de la conciliación laboral, aunque como decía Michael Ende en La Historia interminable, esa es otra historia, y deberá ser contada en otro momento.