martes, 20 de septiembre de 2016

De la elección de colegio, y el valor de la educación.

Este año me he tenido que enfrentar a uno de los momentos que más temen muchos padres, la elección de un colegio para mi hijo. ¿Y por qué es tan temido? muy sencillo, por las historias de terror acerca del tema que nos han contado otros padres que han sufrido la experiencia antes que nosotros. Horarios que no cuadran, colegios conflictivos, falso bilingüismo, cupos cubiertos... parece algo parecido a la Aventura del Poseidón, pero una vez superado, tengo que decir que no ha sido para tanto. Así que mejor no agobiarse con el tema.

Como sé que hay gente que me lee desde Sudamérica, os explico que en España existen tres tipos de colegios, los públicos, los privados y los concertados. De hecho, creo que es el único país del mundo donde existe esta última modalidad. Se trata que algo que puso en marcha el gobierno socialista de Felipe González en los años 80, y que consiste en dar una subvención de dinero público a colegios privados, de manera que la escolarización en los mismos sea más económica y por tanto, accesible a más capas sociales. Con ello se resolvían en la época dos problemas de un plumazo, por un lado el elitismo de los carísimos, e innaccesibles para la gran mayoría, colegios privados, y la carencia de plazas suficientes en centros públicos. En España, como en el resto de Europa, la escolarización no sólo es obligatoria, sino que es un derecho fundamental de todos los españoles, recogida en el Título I de nuestra Constitución, por lo que el Estado tiene que garantizar por Ley, si o si, una plaza a todo niño en un colegio público o, como en el caso de los concertados, subvencionado por el Estado. Sin embargo, en los primeros años de nuestra actual democracia, los gobiernos de la época se encontraron con que, sobre todo en las grandes ciudades, ésto no era algo tan fácil, y era más económico dar las subvenciones a los colegios privados que quieran adherirse que construir todas la escuelas públicas que hacían falta en aquel momento. A mi me parece una solución muy inteligente, la verdad.

¿Cómo se había llegado a esa situación? muy sencillo, históricamente en este país la enseñanza había sido un privilegio de las clases pudientes. Los colegios estaban mayoritariamente en manos de congregaciones religiosas, y orientados a educar a los hijos de aquellos que podían pagar. No había un sistema público de enseñanza, y los niveles de analfabetismo eran de los más altos de Europa. Estoy hablando del s.XIX y comienzos del XX. Pero estaba claro que un país sucesivamente en manos de monarquías absolutistas, gobiernos pseudodemocráticos elegidos en el mejor de los casos por sufragio censitario, alternando liberales y conservadores en el poder (como tan bien lo reflejara Galdós en su novela Miau) o por dictadores como Primo de Rivera, era más fácil de manejar cuanto menor fuera el nivel de estudios de la población.

A veces pienso que ésto no ha cambiado tanto.

En las zonas rurales el problema se agravaba más, porque no sólo es que no hubiera escuelas, es que nadie, salvo el cacique del pueblo, se planteaba enviar a sus hijos a estudiar. Se tenían muchos hijos, más incluso de los que se podían alimentar, para que ayudaran en el campo. Con apenas cuatro años ya estaban trabajando. Y ahora nos escandalizamos de la explotación infantil en el tercer mundo, que poca memoria tenemos los españoles.

Con la llegada de la II República, se produjo uno de los grandes hitos en la historia de la educación en este país, la reforma educativa. Porque el saber nos hace libres, y la educación nos da alas, se creó toda una red de escuelas públicas, mejorando con sumo lo ya existente, de manera que hasta en el rincón más inhóspito de la España más profunda, hubiera un colegio estatal, que garantizara una educación de calidad y gratuita a todos los estamentos sociales. Además, cuando hablo de calidad, hablo también de modernidad, aunque ésto último sólo se percibió en las grandes ciudades, no dio tiempo a más. Mi abuela paterna, madrileña de pura cepa, estudio en un instituto público (si, fue al instituto) con el sistema de la reforma educativa. No tenía nada que envidiar a la educación actual. Eran laicos y modernos, tenían extraescolares como baloncesto (con lo que implicaba para la pacata mentalidad de la época que una mujer practicara un deporte, y encima en pantalón corto) o visitas a museos. Mi otra abuela no tuvo tanta suerte, natural de una aldea del norte de España, sus padres no la dejaron ir al colegio, porque para que quería una mujer aprender nada; se escapaba de sus tareas en el campo para ir a la escuela, hasta que la pillaron sus padres, aunque gracias a eso por lo menos mal leía y mal escribía. Para que se vea como ha avanzado la situación en este país, las mujeres de mi familia somos un gráfico ejemplo: mi abuela materna era analfabeta (lo digo abiertamente, porque no creo que sea algo vergonzoso, ni a ocultar), mi madre pudo ir al colegio, pero a los 12 años comenzó a trabajar (algo muy habitual en la época), y yo tengo una licenciatura universitaria y un máster de postgrado.

Por favor, no dejemos que este país involucione. Aún recuerdo a mi abuela, acercándose sigilosamente a mi mientras estudiaba, para susurrarme al oído, "estudia, estudia tú por mi, todo lo que yo no pude estudiar". Eso, y sacarse el carnet de moto, eran sus dos grandes frustraciones en la vida.

La guerra civil supuso el cierre de los colegios e institutos, y la llegada de la dictadura franquista un retroceso abismal. Se mantuvieron abiertas las escuelas estatales, si, pero se utilizaron como medio de adoctrinamiento de la población. Se utilizaba un libro de texto, el Florido Pensil, que leído ahora pone el vello de punta. Los colegios privados, en mano de la Iglesia católica, no eran mucho mejores, en el plano académico si, desde luego, era donde se aprendía, pero muchos también eran utilizados como un medio de represión del pensamiento. Sin embargo, comenzaron a surgir colegios privados que no estaban en manos de la Iglesia, sino que eran fundados por seglares en un intento de abrir pequeños oasis de pensamiento, era lo que quedaba de la reforma educativa de la II República y la educación libre de enseñanza. Mi padre estudio en uno de esos colegios, donde para su sorpresa, le enseñaron a pensar. Pero sólo estaban al alcance de las clases sociales más pudientes.

Otra cosa era la Universidad. Hasta los años 90 no hubo universidades privadas en España, sólo existían las públicas (con la excepción de ICADE/ICAI, Deusto y Comillas, que eran y son de la Iglesia católica, y que a parte de carísimas, siempre han gozado de un más que excelente nivel académico), lo que hace que tuviéramos y tengamos una de las mejores Universidades Públicas del mundo (que espero mantengamos), a la que por desgracia hasta los años 70/80 no tuvo acceso la mayoría de la población. Es cierto, que durante la dictadura no había libertad de cátedra, y había espías del régimen infiltrados entre los estudiantes, pero aún así fue el germen del comienzo de la oposición a la dictadura; mi padre comenzó sus estudios en la Complutense en septiembre del 68, y recuerda perfectamente la bocanada de inusitada libertad que suponía en aquella época ser universitario.

Y llegamos a los primeros años de la democracia, cuando nací yo, justo a la vez que la Constitución. Los gobiernos primero de UCD y después del PSOE, como digo se encontraron con que debían garantizar una educación gratuita todo el mundo, pero no tenían de donde sacar el dinero, así que digamos tiraron por la calle del medio. Al sistema de concierto se adhirieron en su mayoría los colegios religiosos, y así continúa siendo en la actualidad; se da un importe fijo por niño/año y los padres deben sufragar la parte de la plaza de su hijo que no cubre el dinero dado por el Estado, lo cual obviamente varía mucho de unos colegios a otros. Comedor y extraescolares se pagan por los padres, pero eso es igual en los colegios públicos.

La mayoría de colegios privados creados a lo largo de la segunda mitad del s.XX continúan siéndolo, amén de muchos otros posteriores, sobre todo con la llegada de los llamados colegios internacionales. Son carísimos, y en muchos de ellos apenas queda un resto de lo que fueron, algunos se han convertido en un "pago para que aprueben a mi hijo", lo que es una lástima. Otros no, son muy buenos, aunque evidentemente sólo para quien los pueda pagar.

Actualmente se ha abierto de nuevo, sobre todo por las nuevas fuerzas políticas emergentes, el debate acerca de la necesidad de mantener los colegios concertados. Dicen que ya no son necesarios como lo fueron en su momento, pues ya hay suficientes escuelas públicas, y que supone tener menos dinero para el sistema de educación pública, que ha sufrido numerosos recortes con la crisis económica de los últimos años (lo cual es cierto). Pero por otro lado, también he leído ataques no tanto a la parte económica, sino al hecho de que en su mayoría son colegios religiosos, y es que vivimos un momento de inversión social en ciertos aspectos, en el que parece que ahora a la gente se la persigue por tener fé. No veía bien lo de antes, no veo bien lo de ahora, porque al final es lo mismo, no respetar la libertad de pensamiento individual (por cierto, y por si alguien tiene dudas, yo no soy una persona religiosa). También he leído auténticas soflamas en defensa del concierto de los colegios religiosos, basándose en ¿la Constitución?, madre mía, si todos los que la citan se la leyeran cuantas tonterías nos ahorraríamos de leer y oír. España es un estado aconfesional, y por tanto no tiene que garantizar una educación religiosa, y si una escuela pública de calidad. Seamos sinceros, lo que ocurre es que a muchos nos viene de perlas llevar a nuestros hijos a un colegio concertado, con educación y servicios de privado, a coste de público. No seamos hipócritas.

Sobre la calidad en la educación actual, ufff... creo que eso daría para una tesis doctoral. Pero vamos, creo que no soy la única que percibe que las generaciones actuales aprenden menos que nosotros, desde luego muchos de ellos a manejar correctamente el castellano, no. El éxito de muchos colegios concertados radica también precisamente en el hecho de que mantienen parte de la excelencia académica que tuvieron en otras épocas (dentro de lo que les permiten nuestros actuales y pésimos sistemas educativos). Evidentemente también colegios públicos realmente buenos, pero los pide todo el mundo, claro, y entrar es como que te toque el gordo de la lotería de Navidad, aunque debido a la baja natalidad, cada vez lo es menos.

Llegados a este punto de mi diatriba, retomo el inicio de esta perorata, la elección de un colegio para mi hijo. La mayor parte de disgustos ajenos que he presenciado, se han debido siempre al hecho de que los niños no han podido entrar en el colegio que querían los padres. Y muchos hacen de eso un auténtico drama.

En los colegios públicos y concertados se entra por puntos, puntúa la cercanía al centro, el ser hijo de antiguo alumno, tener hermanos dentro, ser hijo de un profesor, familia numerosa, tener algún miembro de la familia con discapacidad... Echas la instancia al colegio que más te convence, y entran los niños que tienen más puntos. Los que se quedan fuera son recolocados por la consejería de educación en aquellos colegios que nadie quiere, y ahí, es donde comienza el drama, porque los públicos y concertados ya tienen cubiertas la vacantes, y o te toca asumirlo, o pagar un privado, donde obviamente la admisión consiste en pagar y ya. El problema que esos colegios que nadie quiere, son colegios con un bajísimo nivel académico, y otros problemas añadidos.

Los colegios organizan jornadas de puertas abiertas para que los conozcas. A mi todo el mundo me dijo que visitara sólo tres o cuatro, pero me vi ocho, y no me arrepiento, es una decisión importante, y hasta que no vas y los ves, no te haces una idea real. Hice una pre-selección de los que quería visitar en base a algo que recomiendo a todos los padres que lean ésto, establecer unos criterios de lo que es conditio sine quam non para ti, en mi caso:

- Estar cerca de casa.
- Tener buen nivel académico.
- Tener un buen horario.

Lo demás me resultaba secundario. Lo he hablado con otros padres, y todos coinciden en que es fundamental, y varían mucho, por ejemplo hay que ha dicho que quería un colegio cerca de casa, con uniforme y religioso. Cada uno es un mundo, piensa que buscas tú, y no des palos de ciego.

Las jornadas de puertas abiertas se las curran mucho los colegios concertados (muchos hasta te invitan a comer) y muy poco los públicos, la verdad. Privado no vi ninguno, no los puedo pagar. Lo malo es que se paran demasiado en aspectos como el ideario del centro, y cosas así, algo que ya conocemos los padres que estamos allí, vamos a ver, que les hemos investigado previamente, por favor, cuénteme lo que me interesa, es decir, horarios, organización del día a día... vamos lo práctico, y lo que acabamos preguntando todos. Yo me iba con un cuaderno, y preguntaba tanto que el resto de padres me habían corro. Curiosamente, en el que colegio que finalmente he elegido a la profesora que interrogué es la tiene ahora mi hijo, jajajaja

En todo este proceso, me he encontrado con una variedad de padres que no esperaba, el padre/madre talibán (si, como con la lactancia materna), y es como en todo lo que afecta nuestros hijos, la gente se radicaliza mucho. Le tengo que dedicar una entrada del blog con calma. Pero me he encontrado con padres lanzado auténticas peroratas en el parque en defensa de la educación pública (que si, que está muy bien, pero vamos que cada uno lleva a sus hijos donde quiere) y que prácticamente me han dejado de tratar porque elegí para mi hijo uno concertado y religioso (consideran que les estamos robando el dinero). Y luego están los que creen que pagando más sólo obtienen lo mejor, y te miran con una mezcla de lástima/superioridad porque no has elegido un privado. !Dios, que hartura de gente¡

Por cierto, en mi caso tuve muchas dudas sobre que colegio elegir, porque me gustaban varios, aunque todos del mismo estilo, porque yo buscaba la disciplina académica de los colegios religiosos, y al final inclinó la balanza la ubicación y los horarios, porque luego entra en juego el tema de la conciliación laboral, aunque como decía Michael Ende en La Historia interminable, esa es otra historia, y deberá ser contada en otro momento.

jueves, 4 de agosto de 2016

Segundo embarazo

Bueno, pues aquí estamos de nuevo, otra vez embarazada. Supongo que debería renombrar este blog como Diario de una mamá ya no tan novata, pero no sé si blogger me va a dejar hacerlo.

Dejando de lado el embarazo en si, que está siendo de traca (ya os lo contaré), está nueva maternidad está siendo muy diferente a la primera. Para empezar no vives el embarazo igual, con el primero esperaba con ansiedad las visitas al ginecólogo, y cada prueba que me mandaba era un mundo. Ahora se me está pasando volando, y cuando me he querido dar cuenta ya me había hecho hasta la prueba del azúcar, y sin pena ni gloria. No me quiero ni imaginar como se debe vivir el tercero jajaja.

Además, tienes que atender al mayor, y no es tan fácil, si no puedo ni con mi alma. No sé como lo voy a hacer el último mes, que encima me coincide con la operación "empezamos el colegio". Ya veremos.

Luego está como lo viven los demás.

En el primero mi marido me acompañaba a todas las visitas del ginecólogo (es cierto, que se quedaba en la calle porque la única que subió fue con un embarazo anterior que terminó en aborto, y le dió por decir que era gafe. Pero me traía y me llevaba), no faltaba a una prueba, me hacía millones de fotos, fotografió el proceso de preparar su cuarto, venía a comprar las cosas.... Ahora, como definirlo, hum... ¿pasa? por supuesto no ha hecho ni amago de llevarme al médico (cierto es que está trabajando, pero es que ha habido veces que ni me ha preguntado. Y la guinda fue al inicio, que ya lo contaré con calma pero tuve una hemorragía de las de "me estoy desangrando cual cerdo en plena matanza" en la semana 13, porque tuve un desprendimiento completo de la bolsa, le llamo para contárselo y que voy de camino al ginecólogo y va y me contesta "y yo que quieres que le haga, estoy en el trabajo, no pretenderás que vaya". Claro que la respuesta de mi madre fue " uy pues ya puedes olvidarte que eso es un aborto"). Además, casi he tenido que exigirle que por favor me hiciera alguna foto. De los preparativos pasa completamente, me estoy encargando yo de todo, él sólo me pregunta que cuanto hay que pagar. Y las pruebas... cuando tuve la ecografía de las 20 semanas y me dijo que no me acompañaba, que para qué, casi tuve que amenazarle con el divorcio si no venía, finalmente se cogió el día de vacaciones. El día de la prueba del azúcar vino, si, y miró el reloj cada segundo que pasaba porque se tenía que ir a trabajar. Con todo ésto no quiero decir que no sea cariñoso y no se preocupe por el bebé, es que la diferencia de actitud es tan grande que no deja de sorprenderme.

Luego están mis padres. Mi padre pasa, claro que también pasó con el primero, las dos veces cuando le he dicho que estaba embaraza su respuesta ha sido algo así, ah, hum, poco más, cuando nazca le compará hasta lo incomprable que le conozco, pero de momento pasa. Luego está mi madre, con el primero me dijo "ah, entonces no puedes comer jamón (porque estaba haciendo habas)" y con el segundo "bueno, supongo que te tendré que dar la enhorabuena, ¿no? al fin y al cabo es mejor que una enfermedad". Luego es cierto, que como he tenido que guardar reposo, la pobre se ha cruzado medio Madrid en metro todas las tardes para cuidar de mi y del mayor, la he visto muy muy preocupada por mi salud, y muy pendiente de mi hijo, pero no muy ilusionada con la llegada de un nuevo nieto. No paran de repetirme "será el último, ¿no?" o "después de éste todo a la parroquia". Claro que mi marido me dice que si por cualquier cosa me vuelvo a quedar embaraza emigra al extranjero, sé que es broma, pero me lo ha repetido tantas veces que como se suele decir ya huele, hasta mi madre me hace la bromita.

Mis suegros se alegraron mucho, aunque mi suegra quería una nieta y no es, así que no para de repetirme que tengo que ir a por el tercero, que no puedo quedarme sin tener una niña como le pasó a ella.

Por otro lado a estas altura de embarazo con mi primer hijo había recibido ya varios regalos, y yo creo que con este directamente no me va a regalar nadie nada. Caerá el típico trajecito y ya. Supongo que la gente piensa que cuando ya has tenido un hijo, para el segundo ya lo tienes todo. No piensan que muchas cosas fueron prestadas y las has tenido que devolver, o que no te coinciden las estaciones y la ropita no te sirve, que tienes que comprarle una cama al mayor con todo el gasto que eso supone, que al pequeño también hay que comprarle algún mueble aunque sólo sea para poder guardar su ropa.... Tengo amigas que si me han ofrecido muchas cosas de sus hijos, pero el resto del mundo ha desaparecido. No quiero que ésto se malinterprete y nadie piense que quiero que me regalen cosas, es simplemente que me sorprende la diferencia.

Al final va a tener razón mi abuela, y al primero lo cría la madre, al segundo lo cría la Virgen y el tercero se cría sólo.

domingo, 3 de enero de 2016

La Eupeptina y el estreñimiento crónico

Desde que nació mi hijo sufre de estreñimiento crónico. Así de primeras puede parecer una cuestión baladí, pero os aseguro que no lo es.

Todo comenzó en el hospital nada más nacer, no expulsaba el meconio y yo lo achacaba a que estuvo casi un día sin comer (ver mi entrada sobre la lactancia materna), sin embargo, la enfermera del turno de noche me dijo que tenía la tripita muy dura, y que no podía ser, que tenía que expulsarlo (fue la misma que tras oírle llorar desesperadamente me trajo su primer biberón, menos mal). Para ello, tuvo que estimularle con masajes en el abdomen y analmente. Aquello fue el comienzo de una odisea que aún no acaba.

Cuando era un lactante, los pediatras (consulté a varios) me decían que era debido a la leche, que es que estriñe, que mejoraría cuando comenzara con los cereales. Cuando no mejoró con los cereales, me dijeron que iría a mejor con la alimentación sólida, cuando eso no ocurrió, me dijeron que le diera una dieta especial rica en fibra, como dio igual, que me pasara al movicol pediatrico (un laxante) durante 15 días, pero ¿y si al retirarlo todo sigue igual o empeora? además, ¿no es posible que su intestino se acostumbre a los laxantes si se le empiezan a dar tan pequeño? El silencio fue la respuesta, así que he pasado de los pediatras y he pedido cita con un especialista de digestivo infantil. Ya os contaré que me dice.

Durante todo mi periplo de pediatra en pediatra (7 en total) siempre ha habido una respuesta común desde el primer día: dale eupeptina. ¿Y eso qué es? os preguntaréis, pues son unos polvos blancos que se disuelven en la leche por la mañana, y en mi caso también por la noche, modificando la dosis en función de como vaya el niño.

Pero ha sido siempre todo, dale eupeptina, no pasa nada es inocua. Vale, es inocua, pero llevo dándosela 2 años y 8 meses, y el problema continúa.

El problema principal, y eso lo sabemos todas las madres que tenemos niños con estreñimiento crónico, es básicamente que no te hacen ni puñetero caso. Se lo dices al médico y como si le estuvieras diciendo que tienes un tío en Cuenca, bueno a lo mejor eso le parece hasta más interesante. Pero tú sabes que si que es un problema, porque cuando tu hijo lleva 2, 3 o hasta 4 días sin defecar, se le forman una bolas duras como piedras que no puede expulsar, y llora y grita como si le estuvieran arrancando la piel a tiras, y como le duele llega un momento que no quiere hacer ningún esfuerzo para ir al baño y se entra en un círculo vicioso. Y el problema es que si no expulsa esas bolas, se le puede provocar una obstrucción intestinal de la que habría que operarle, pero a ti en la consulta no te hacen ni caso.

La primera pediatra que visité, la del ambulatorio (ya he hablado sobre ella con anterioridad), me dijo nada dale eupeptina, pero así sin más, sin indicarme como, ni cuando, ni cuanto, como si una naciera sabiendo como administrar todos los medicamentos del vademécum médico. El caso es que la compré, y me encontré con la sorpresa de que en el prospecto no había un apartado de posología, así que volví a consulta, y mirándome por encima de las gafas, y con aire cansado y sabiondo, resopló y me dijo, media cucharadita en el primer biberón. Lo que no añadió fue todos los días, eso lo supe después.  Entre tanto, nosotros habíamos seguido estimulándole como nos habían enseñado en el hospital, era la única manera de que hiciera caca.

Así que decidí consultar al segundo pediatra, uno del seguro privado. Este me dijo de nuevo lo de la Eupeptina, pero si que ya me dio instrucciones mucho más precisas, como que había que administrarla a diario, y que también se podía dar por la noche, adaptando la dosis a como fuera el niño. Lo que dijo es que ni se me ocurriera seguir estimulándose, que eso era una barbaridad.  A los pocos días de dejar de estimularle, como no defecaba se le formó una bola tan grande que no era capaz de expulsar (tenía 2 meses), así que tuvimos que partirla como pudimos con un bastoncillo ya que se le quedó atascada en el recto. Fue horrible, comenzó a sangrar, me lo llevé a un pediatra de San Rafael (el tercero), y me dijo que se había hecho una fisura en el ano. Le tuvimos que dar una pomada antibiótica durante una semana. Evidentemente nunca volví al segundo, y comencé a ir al tercero como pediatra habitual.

Con cuatro meses el pediatra de San Rafael, me dijo que le diera fruta y cereales sin gluten, y zumos de naranja y uva. Cuando fui a la revisión del ambulatorio la enfermera (la pediatra estaba de .vacaciones y no había suplente. Que bien funciona la sanidad pública), puso el grito en el cielo cuando le dije que le estaba dando fruta, que la OMS dice que sólo leche hasta los 6 meses, (no os digo yo por donde me paso lo que dice la OMS). Luego cuando volvió la pediatra de vacaciones, me dijo que si que claro, que si está tan estreñido que había que adelantar la introducción de la fruta (le conté la milonga de que como estaba de vacaciones y se había hecho una fisura me había ido a otro pediatra, cuando la verdad es que a ella ya sólo la tenía para las revisiones oficiales). A ver si las enfermeras comienzas a no meterse en lo que no saben.

El caso es que cuando cumplió los 6 meses ya no se dejaba estimular más, pobre mío, no me extraña. Yo continué con la eupeptina, pero a los 18 meses se hizo otra fisura... También continué con el rosario de pediatras, porque el de San Rafael se jubiló en enero de 2015, y la que me asignaron nueva tiene muchísimos niños y las urgencias las atiende a las 4 de tarde (horario maravilloso donde los haya para las madres trabajadoras, y todas las madres sabemos que los niños no avisan cuando se ponen malos), así que la he dejado para las revisiones. Ahora, su único consejo sobre el estreñimiento fue... que le diera eupeptina y una dieta rica en fibra.

El quinto pediatra fue el de mi infancia. Me crucé todo Madrid para llevarle a mi niño, me dijo que le diera eupeptina y que no me preocupara que era inocua y que no creaba hábito. Ya, pero es que mi hijo continúa sin hacerlo a diario, y formándosele unas bolas horribles, que lo pasamos todos fatal cuando las tiene que echar.

El caso es volví al ambulatorio, eso si, previo cambio de pediatra, y voilá, me tocó una competente. No me lo podía creer, una buena pediatra y al lado de casa. Me dio indicaciones escritas sobre que alimentos darle, y cuales evitar (bueno, el arroz y el plátano lo tenía prohibido desde hacía tiempo) y me habló del movicol pediátrico. Ya he comentado arriba que no he hallado respuesta a mis preguntas sobre este medicamento. El sueño duro poco, a la vuelta de las vacaciones de verano la habían cambiando por la típica extiende recetas de las Seguridad Social que pasa de todo, yo creo que ni me escuchó.

En enero vamos al especialista.

Aunque lo más curioso, o hartante, son las reacciones de la gente:

- Mi madre: me pregunta todos los días, varias veces, si el niño ha hecho caca. Me llama al trabajo sólo para eso.

- Mi suegro: que el problema es que no le he llevado al médico adecuado...

- Una farmacéutica: que por Dios, como le doy eupeptina tanto tiempo, que si es que no sé que medicar a los niños en exceso es malo, que si no he oído hablar de los masajes, o que porque no le doy fruta y... bueno me debió de tener como media hora todo sin conocer los problemas ni los antecedentes de mi hijo, pero es lo que tiene que hablar es gratis, y meterse en todo también. La tenía que haber mandado a la mierda.

- Una profesora: que como le seguía dando eupeptina a un niño ya tan grande, que les produce muchos retortijones y que tenía que trabajar más la alimentación... aquí si que la conté con detalle (es maja) y rectificó. Aunque que poco nos costaría preguntar antes de hablar.

- Otras madres que no tienen el problema: lo ven como una tontería sin importancia.

- El resto de la familia y amigos: ¿pero de verdad que le medicas? ¿y eso es bueno? no, de hecho voy a ver si le empiezo a dar cianuro. O, ¿pero tú cuidas la alimentación? no, le doy a diario arroz, no te digo.

- Otras madres con el mismo problema: comprensión absoluta, solidaridad y sabios consejos.

En fin yo sólo sé, que mi hijo lo pasa fatal, que nosotros lo pasamos fatal, que los pediatras no le dan importancia, y que sólo lo sabemos los que lo sufrimos.