jueves, 30 de marzo de 2017

Nuevo postparto:

El blog en el que ahora escribo, fue resultado de la necesidad de tener una vía de desahogo durante mi primer postparto, sobre el que di cuenta sobradamente en las primeras entradas. Por ello, al volver a quedarme embarazada una de las cosas que más miedo me daban eran el postparto, sin embargo, no ha podido ser más diferente.

Ya suponía que el segundo hijo te pilla con otras manos, y sobre todo con experiencia y la seguridad de saber lo que haces, pero lo que no suponía es hasta que punto también encaras el postparto con otra serenidad, más que nada porque sabes que tiene una fecha de fin.  

Aún en el hospital lo viví todo de otra manera, el ducharme después del parto (con el primero me pareció un mundo), el meconio, las primeras tomas... es que ya te lo sabes, y sobre todo decidí no agobiarme por el pecho, que se quedaba con hambre con los calostros, pues se pedía un biberón (aunque con éste sólo tuve que pedir un par), y todo transcurrió en paz y armonía.

Al llegar a casa siempre hay unos días de ajuste, pero eso ya lo sabes. En mi caso aproveché que mi hijo mayor estuvo unos días con mis padres para dormir en su cuarto, parece una tontería pero dormir mi marido y yo en camas separadas los primeros días ayudó a descansar mejor, sobre todo porque no me daba miedo despertarle por las tomas nocturnas, aunque tampoco debería dármelo que la recién parida era yo, y quien tenía que reponerse y descansar, aunque al final nunca descansas.

La episiotomía que tantos problemas me dio tras mi primer parto, y eso que fue mucho menor, no me los dio en éste a pesar de ser considerablemente más grande. También yo tuve muchísimo cuidado con los movimientos que hacía, nunca tuve claro si la primera vez se saltaron los puntos porque me cosieron mal o por un movimiento mío, así que me movía con una prudencia infinita. Además, me comencé a dar desde el primer momento que llegué a casa, y sin que me lo dijera nadie, el gel cicatrizante que me mandaron para cerrar la primera. Es cierto que en el hospital me dolió mucho, de hecho me tuvieron que dar calmantes, pero a los pocos días empezó a cerrar y en 15 días estaba curada. Primer paso superado.

El principal problema que tuve fue la tensión, me dieron el alta con ella alta, y tuve que recuperar el tensiómetro del final de mi primer embarazo para controlarla en casa, y volver a comer sin sal.... que horror. Un día llegué a 16 de máxima, y tenía un dolor de cabeza horrible, así que mi marido me tuvo que llevar corriendo a urgencias, donde me pincharon algo que me dolió una barbaridad, y me tumbaron del lado izquierdo, que al parecer hace bajar la tensión cuando tienes mucha tripa. Pero a las semanas de dar a luz, por suerte, comenzó a bajar. Menos mal, porque con eso si que estaba preocupada.

También me relajé con el pecho, aunque eso ya lo contaré. Hubo noches sin dormir, como es lógico, muchas, pero muy distintas a con el mayor. Mi primer hijo nos tuvo mes y medio sin dormir, y se tiraba hora y media para comer de día y de noche, un horror. Con el segundo durante las tomas nocturnas me iba al sofá, porque recordaba con pavor esas noches dando el pecho sentada en la cama, con mi marido gruñendo al lado, así que nada, en cuanto empezaba a dar la lata por la noche al sofá, me ponía cómoda medio tumbada para darle el pecho, y me sujetaba los brazos con cojines por si me dormía, y relajadamente le daba de comer. La verdad es que al final nos dormíamos los dos, y así amanecíamos muchos días, además, en cuanto me iba a la cama y le dejaba en el moisés lloraba, así que vuelta al sofá. Hubo muchas noches que no pude ni estirarme en la cama, era lo único que quería hacer, poder tumbarme y estirarme a gusto en la cama, pero pronto pasó, y mi bebé duerme y ha dormido mucho mejor que su hermano mayor. Lo bueno fue que el bebé era hacerse de día y dormir plácidamente, no como su hermano, así que ahí recuperaba yo sueño, es cierto que entré en un bucle que era pasar la noche en el sofá, dormir por la mañana, comer, ir al buscar al mayor al colegio, sobrevivir a la tarde con los dos, y vuelta al sofá, no hacía nada más, pero por lo menos dormía algo, que nadie sabe lo que es no poder dormir nada hasta que no se vive.

Por otro lado, y lo más importante no tuve depresión postparto, por lo que comparado con el anterior, éste me ha parecido un camino de rosas.


Lo más agobiante, eso si, de tener el segundo es que te tienes que ocupar de los dos a la vez, y no es fácil, a los 15 días mi marido tuvo que volver al trabajo (claro, que en lo único que me ayudaba era en ir a buscar el niño al colegio, porque lo demás, su frase hacia mi, recién parida y sin dormir, era ¿qué comemos hoy?, vamos ni pensar en ayudar en nada de la casa), así que tocó quedarme sóla con dos niños pequeños, y cuadrar horarios para ir a buscar al mayor al colegio, con un bebé de 15 días así lloviera, tronara... pero tiras para adelante, no queda otra, tiras de tu cuerpo, y al final yo creo que por eso te recuperas antes, a ver que remedio. Recuerdo que lo peor era por las mañanas, me agobiaba mucho que el bebé se pusiera a llorar justo cuando tenía que dar el desayuno y vestir al mayor, y es que lo de cuadrar horarios de dos niños es al principio una aventura.

lunes, 6 de marzo de 2017

Nueva maternidad:

Como ya comenté por aquí, hace unos meses he sido madre por segunda vez, así que ya no soy una mamá tan novata, sino más bien todo lo contrario, y tengo que decir que ha sido una experiencia totalmente diferente a lo anterior.

Empezaré con el embarazo.

Aunque el primero ya tuvo sus momentos de traca, con un ingreso hospitalario e hipertensión, éste se ha llevado la palma; comenzó igual que el otro, sin nauseas, vómitos, ascos u olores, sólo con algún mareo, pero en la semana 13, justo el día que iba al ginecólogo a hacerme el screening (si todo salía bien, ya lo iba a decir en el trabajo), tuve un desprendimiento completo de la bolsa.

Todo comenzó un poco antes de la hora de comer, fui al baño y no podía orinar bien, me costaba trabajo, aunque en ese momento no lo asocié con nada específico. Pero después de comer, sobre las 16 hs, se me puso de repente todo el abdomen duro como una piedra, igual que con las contracciones de Braxton Hicks, y comencé a notar un dolor punzante, horrible en toda la zona, que se iba haciendo más y más fuerte por momentos, tuve que agarrarme a la mesa para no gritar, hasta que de repente oí un chasquido, y el dolor cesó a la vez que notaba una sensación de calor muy intensa en la vagina. Fui corriendo al cuarto de baño, y estaba sangrando, no manchando un poco, no, sangrando como hubieran abierto un grifo a máxima potencia. Volví a mi mesa, cogí una compresa, y les dije a mis compañeras que tenía una hemorragia (ellas ya sabían que estaba embarazada) y me fui disparada al ginecólogo, que ya era casualidad que tuviera cita para aquel día.

Por el camino llamé con el manos libres a mi madre que había ido a recoger a mi hijo mayor, y ella como siempre tan optimista, igual que mi abuela, me espetó, pues nada hija olvídate que eso es un aborto. Después llamé a mi marido, para contarle lo que sucedía, y me dijo que le contaba, que si es que quería que fuera a la consulta del ginecólogo conmigo, porque no podía ir que estaba en el trabajo, le contesté que que menos que decírselo, y me respondió, pues bueno ya estoy informado y colgó. Todo esto mientras iba conduciendo por la autopista.

Así que ahí llegue yo a la consulta del ginecólogo, como pude y medio desangrándome. También había llamado a la consulta contando lo ocurrido y me hicieron pasar nada más llegar. La compresa que me había puesto en el trabajo hacía escasamente media hora, ya estaba completamente empapada y me corría la sangre por las piernas. El médico lo primero que miró es si el feto tenía latido, que lo tenía, y si la placenta se había desplazado, que no, eso era lo importante, ya que si la placenta se movía el bebé no se alimentaba y ya si que no había que hacer. La bolsa se había desprendido por completo de las paredes del útero, pero el bebé estaba vivo y alimentándose, así que tenía que guardar reposo.

Esa noche empapé las compresas, el pijama, las sábanas y la funda del colchón, como si hubiéramos matado a un cerdo en mi cuarto.  Y ahí comenzó mi estancia en casa, que se prolongó durante todo el embarazo. Durante la primera semana, vi mucho la televisión, siempre he sido seriéfila así que aproveché. Mi madre venía por las tardes a cuidar de mi hijo cuando salía de la guardería. A la semana pedí que por favor, me trajeran el portátil de la oficina y comencé a trabajar desde casa.

A los 15 días volví al ginecólogo, me dijo que todo iba bien, que la bolsa se estaba uniendo de nuevo al útero, y que me podía mover e incluso ir a trabajar (menos mal, porque de nuevo había ido yo sola al ginecólogo, aunque esta vez me cogí un taxi). Al llegar a casa puse una lavadora, tampoco hice mucho más, pero por la noche tuve una nueva hemorragia, cogí el coche y me fui a urgencias (si, sola y conduciendo) la bolsa se había vuelto a desprender, esta vez de forma parcial, y tenía que volver a guardar reposo.

Y así estuve, en casa. Otro día comencé a notar mucho flujo, demasiado, y demasiado líquido, volví a urgencias, al parecer no era líquido amniótico. Pero en la ecografía de las 20 semanas, la bolsa mostraba indicios de haberse roto en algún momento, y había sangre en el líquido. Del resultado de esa ecografía dependía que dieran el alta o no, y a la vista del resultado no me la dieron, estuve de baja el resto del embarazo.

Más o menos sobre la semana 25, parecía que el tema de la bolsa estaba más o menos superado, y me dejaron salir de casa, nadie sabe lo que es estar sin salir, y poder de nuevo respirar el aire de la calle. Pero entonces, empezó el calor en Madrid, yo creo que no hay experiencia más horrible que estar embarazada en verano. Una mañana me levanté con una pierna, la izquierda, muy hinchada y la otra no, se lo comenté al ginecólogo, que enseguida dio un respingo... riesgo alto de trombosis. Creo que entre un embarazo y otro, sólo me ha faltado tener diabetes gestacional.  Me mandaron nadar, darme masajes, poner los pies en alto, no podía estar más de 2 horas sentada... todo esto mientras me caían kilos y más kilos encima, 36 engordé en total.

Y así pasamos el verano, yendo a la piscina con mi hijo, ya que no nos pudimos mover de Madrid, mirándome continuamente las piernas. El otoño trajo vientos nuevos y algo de fresquito, menos mal, y me puse de parto.

Comencé a tener contracciones a las 8 de la mañana de un día de fiesta, y al romper aguas todos a la clínica, incluido nuestro hijo, que el pobre no entendía muy bien que pasaba y sólo me decía que quería desayunar, le di una caja de galletas, tal cual, pobrecito. Luego en la clínica le recogieron mis padres.

Como mi primer parto fue tan precipitado, me llevaron directamente al paritorio sin pasar por la habitación. Curiosamente me tocó el mismo anestesista que la otra vez, pero la experiencia fue muy distinta. Tengo unas venas horribles, horribles de verdad, muy finas, muy profundas, y se colapsan con facilidad, pincharme a mi es de nota, soy el terror de las enfermeras. Siempre lo advierto, pero no suelen hacerme caso, hasta que les toca buscarme la vena, claro. La enfermera no fue capaz, la matrona menos, y le dejaron al anestesista la tarea de cogerme la vía. Yo no le recodaba así, pero fue borde, borde, borde, grosero y antipático a más no poder, conmigo, con la matrona y con la enfermera, que hasta me miraban entre ellas, no sé si porque es así siempre, o la otra vez tuve suerte, o porque estaba de mala hostia por tener que trabajar un día festivo, pero el caso es que no pudo ser más desagradable. Le dije que mis venas eran muy malas, pero pasó, y claro cuando empezó a palpar se cagó en todo, pero ni cortó ni perezoso cogió una aguja y me pinchó así sin más, como si entrara a matar en Las Ventas, haciéndome un daño horroroso, grité, y me dijo literalmente que era una quejica y una floja, por supuesto, no cogió la vía en ese intento, pero del pinchazo comenzó a salir sangre a borbotones, que la matrona trató de parar. Me mareé, no olvidemos que estaba de parto y con contracciones, la matrona me tumbó para mofa del anestesista, algo muy profesional por su parte. Tuvo que intentarlo al menos dos veces más, hasta que lo consiguió. Luego al ponerme la epidural me hizo muchísimo daño, más del normal, lo sé porque ya me la habían puesto otra vez, y precisamente este mismo anestesista, cierto es que me la puso bien porque luego no tuve ni dolor de espalda ni de cabeza, pero contra me hizo mucho daño. Y claro como me queje, vamos di un grito, siguió con lo de que floja, y no sé cuantas cosas más, de hecho así se fue del paritorio.

Sin comentarios.

Con la epidural puesta, llegó mi ginecólogo, todo un alivio verle. Como mi primer parto fue precipitado, me había dado su móvil para que le llamase cuando estuviera de parto, todo un detalle. Todos esperábamos que el segundo parto fuera incluso más sencillo que el primero, pero no fue así. Dilaté rápido, pero el bebé no bajaba, no bajaba, y esperamos. Entró en bradicardia sostenida, vamos, que se le paró el corazón, el médico metió la mano, algo le impedía bajar y cuando lo intentaba se le paraba el corazón. Me pararon las contracciones con un medicamento que me provocó taquicardia y fuertes temblores (me lo advirtieron antes) y vivimos unos momentos muy tensos en el paritorio. Lo bajó al canal del parto con la ventosa (cuando la vi, casí me da algo), pero no salía. Al final le dijo a la comadrona se subiera y me metiera el codo, a mi que empujara cuando me dijera como si me fuera la vida en ello, y le pidió a la enfermera los forceps, porque tenía que sacarlo ya. Y así salió. Venía de cara, por eso no bajaba, y con doble vuelta de cordón, por eso se le paraba el corazón. El médico me dijo que porque era el segundo y yo era buena paridora, sino ni intenta lo de los forceps y nos íbamos directamente a cesárea. Hasta la placenta tardó en salir, no fue desde luego un parto fácil. Me dieron yo que sé cuantos puntos.

Pero después de tantas idas y venidas, mi bebé estaba en el mundo, y estaba bien.

Y de ahí a la habitación, que alegría me dió llegar.

Los días siguientes fueron muy distintos a los transcurridos con mi primer hijo, en primer lugar, no vino a verme casi nadie. Con el primero la habitación parecía una estación de metro, al segundo casi no fue nadie a verle, hasta el punto de que yo en determinados momentos me sentí muy sola. Sé que hay mujeres que no quieren visitas, bien, pues se pregunta a la madre y ya está, no se dan las cosas por supuesto. Tampoco tuve flores, ni apenas regalos, cuando con mi primer hijo, mi padre y mi marido tuvieron que hacer varios viajes a casa para ir llevando cosas... en fin que triste. De hecho, es la fecha (y han pasado muchos meses) que hay mucha gente que aún no ha venido a conocer a mi bebé.

Los puntos me dolían, mucho, y me medicaron para que no me quedara en cama, el riesgo de trombosis era aún más alto ahora y se me disparó la tensión. Me dieron el alta con 14/9, e instrucciones de vigilancia en casa. A los pocos días me tuvo que llevar mi marido a urgencias porque llegué a los 16, afortunadamente tras un par de semanas comenzó a bajar.


Ya estaba en casa con mi bebé. Pero el segundo postparto ya lo cuento otro día.