Voy a describir el que podría un
día cualquiera en mi vida:
El despertador suena a las 7 de
la mañana, pero como tengo tanto cansancio acumulado, y por la noche me he
debido despertar del orden de 6 veces, porque el niño tenía una pesadilla,
quería agua, lloraba porque si… no lo oigo y me duermo, para variar. Me levanto
tarde y sabiendo que tengo el ya día comprometido de antemano con los tiempos;
ventilo la casa, me ducho, desayuno, hago la cama, me visto, despierto al niño,
me peleo con él, porque no se quiere levantar, porque no se quiere vestir,
porque no se quiere peinar, porque no quiere salir de casa…
Una vez en la calle con el bolso,
la bolsa de mi comida, la mochila de la guardería, el paraguas y el niño (en
brazos, por supuesto porque sino no salimos de casa), llegamos así como media
hora tarde a la guardería. Ya están todos los niños, y al mío el pobre el
desayuno se le ha debido quedar tieso.
Tras dejarle en la guardería,
operación que me lleva unos 10 minutos, porque es el único momento que tiene su
profesora para contarme un poco del niño (como le dejo en horario ampliado, por
la tarde está otra), me monto en el coche dispuesta a cruzar no la ciudad, casi
la Comunidad de Madrid para llegar al trabajo. Como hay un poquito (pero sólo un
poquito) de atasco, cuando llego a la oficina está ya allí todo el mundo, por
lo que la operación aparcamiento se convierte en una tarea digna de héroes mitológicos
(y eso que estamos en medio del campo). Al final, aparcó el coche a unos 10/15
minutos andando de la oficina, y lo más importante, cuesta arriba. Ya no
necesito gimnasio.
Cuando llego y enciendo el
ordenador, recuerdo que tenemos un pico de trabajo de los que hacía tiempo que
no veíamos, y eso que desde que me fui de baja por maternidad somos una más en
el departamento, y que casi me hubiera sido más rentable quedarme en la cama.
Tras aguantarme las ganas de llorar al ver todo lo que tengo sobre la mesa, y
encima la mitad de las cosas en inglés, despachar a los 4 o 5 comerciales que
pasan reclamando sus contratos (no sé si he comentado alguna vez por aquí que
soy abogado de empresa) y que de verdad de la buena que no sabes cuando te vas
a poder poner con ellos, descubres que tienes los 2 súper marrones del mes
encima de la mesa mirándote con ojos amenazadores… en fin…
A eso de las 10 de la mañana,
llama mi madre (ama de casa de las de antes) para preguntarme que como ha
dormido el niño. Tú tienes la bandeja de entrada del Outlook que echa humo,
gente en el despacho, te desbordan los papeles, no puedes ni con tu alma, y tu
madre llama para preguntar que como ha dormido el niño. Antes de ser madre me
llamaba para preguntar que hacía. No voy a hacer comentarios.
Pasas la mañana currando y
rezando para que no te llamen de la guardería diciéndote que el niño tiene
fiebre, porque entonces tendrías que dejarlo todo para ir a buscarle y llevarle
al médico, quien te dirá que al día siguiente le dejes en casa, para que así
cuando tú le chutes el Dalsy o el Apiretal para llevarle a la guardería, porque
justo siempre coincide que se pone malo cuando tu madre no se puede quedar con
él, te sientas mala madre, pero así como con recochineo.
Si todo ha ido bien, es decir,
que no te han llamado para ir a buscar al niño, llega la hora de irse a casa.
Yo tengo reducción de jornada, pero el mínimo legal, es decir, me voy una hora
antes de la hora normal de salida, lo que tiene dos efectos colaterales, primero
que en la empresa nadie se da cuenta de que tengo jornada reducida porque al
menos el 80% de las madres se van a las 2 de la tarde, y segundo, que como tienes
el mismo trabajo que antes estás al borde del colapso nervioso porque antes te
quedabas hasta la hora que fuera y lo sacabas adelante, y ahora te tienes que
ir si o si a buscar a al niño a la guardería, y se acumula y acumula… y te vas
del trabajo con la sensación que has estado allí sentada un montón de horas
para en realidad no haber hecho nada.
Ahora lo peor, muchas veces son
las otras madres, “ uy, ¿pero tú no te
vas a las dos? fíjate para mi venir aquí es como un paseo” a esa te dan
ganas de estamparla contra la pared y decirla que a ver si te paga ella las
facturas y de paso te saca adelante un poco de tu trabajo, “ah, ¿pero no te lo recogen?, uff yo es que
como vivo enfrente de mi madre tiro mucho de ella”, claro pero es que
algunos no hemos podido elegir donde vivimos. Ahora lo mejor son las sobradas “¿tú no vas al gimnasio?, chica a ver si te
organizas mejor”, o “¿te has apuntado
a las clases de baile de salón?” o mi favorita “pero que mala cara tienes, eso se te pasaba teniendo una niña”…
En fin… como además de jornada
reducida tengo horario flexible, e invariablemente no he llegado a la hora que
debería por la mañana, tengo que recuperar por la tarde, lo que implica que salga
de la oficina como alma que lleva el diablo, que no haya carriles suficientes
en la M-40, y llegue pues así como más de media hora tarde a recoger al niño a
la guardería. Bueno, en realidad, siempre llego tarde a todos los sitios.
A la guardería entro como
arrastrándome, a ver si no me ven mucho (total, sólo mido 1,75 cm, y casi no se
me ve) y rezando para que mi hijo no sea el último niño, y haya alguna madre
aún más rezagada que yo. Al pobre le voy a crear un trauma, siempre le llevo
corriendo y siempre llegamos tarde.
Una vez en casa, o bien vamos al
médico (otra lucha con el niño, pero eso casi mejor que lo cuento en otro post,
los niños y el pediatra), o tengo que hacer algún recado (más lucha, quiere ir
al parque) o a la compra (él va a querer ir al parque) o vamos al puñetero
parque.
Odio el parque. Abiertamente.
¿Por qué? Porque quieras o no acabas rebozada en arena o en el polvo de la
arena, y yo ya odiaba la arena de niña, porque todas la madres y los niños
parecen conocerse de toda la vida menos nosotros, claro que casi es preferible
porque si no estás abocada a entablar animadas conversaciones sobre pediatras,
mocos, colegios… con tías a las que no has visto en tu vida, y cuyo retoño te
importa una mierda. Pero mi hijo se lo pasa genial, y al final cuando sonríe hace
que todo merezca la pena, y que por unos instantes no sientas que estas
cansada. Luego vendrá esa estupenda compañera de trabajo, o familiar y te dirá “uy, ¿pero no llevas al niño a
matronatación/futbol/inglés?”. Yo un día cometo una tontería.
Una vez que decides que hay que
subir a casa, o mejor dicho que tienes que subir a tu hijo a rastras a casa,
toca bañarle, hacerle la cena, que cene, y lo peor de todo que se duerma.
Cuando por fin consigues que se duerma, y tú estás para meterte en la cama
detrás de él, tienes que hacerte la comida del día siguiente, recoger la casa,
en mi caso planchar (a eso de las 11 de la noche para que no esté el niño por
medio, porque no para quieto) cenar algo, prepararte la ropa del día siguiente,
y tratar por unos segundos, porque no te va a dar tiempo a más, a tratar de ser
una persona. Para entonces es tardísimo, y te metes en la cama mucho más tarde
de la hora que realmente debieras.
Claro que al día siguiente habrá siempre
alguien que me preguntará, “uy, ¿no viste
a Fulano en el telediario?”, y mi respuesta será “no sé ¿sale en Bob Esponja?”
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