viernes, 24 de mayo de 2013

Crónica de 9 meses: el último mes:

Como ya conté en la entrada en la que hablaba de mi embarazo, todo iba muy bien hasta que entré en el último trimestre; un ingreso hospitalario primero, y contracciones después, me llevaron a tener que quedarme en casa a partir de la semana 34, y aún así había aguantado trabajando mucho más que la mayoría de las mujeres.

Lo reconozco abiertamente, mi trabajo es muy importante para mi, me ha costado mucho trabajo y mucho esfuerzo llegar hasta donde estoy, labrarme una carrera profesional de la que estar orgullosa, y hacerlo por mi misma, sin padrinos, sin enchufes, sin ninguna ayuda, sin títulos rimbombantes de Universidades privadas, sólo con una licenciatura en Derecho por una universidad pública, un postgrado también en la Complutense, y mi propio trabajo y esfuerzo personal. Me he dejado literalmente la piel,  aunque en mi entorno personal haya quien se empeñe en repetirme que vaya birria de trabajo que tengo, que si el hijo de fulanito o de menganito también es abogado y gana no se cuanto al año, no como yo....

No quería que por nada del mundo mi embarazo afectara a mi trabajo, aunque tampoco tenía porque temerlo, tengo la inmensa suerte de tener un buen entorno laboral, me siento apreciada, y tengo una jefa maravillosa, no obstante, creo que independientemente de las circunstancias uno siempre tiene que poner de su parte.

El caso es que en la semana 34 me tuve que coger la baja ante riesgo de parto prematuro. Las contracciones tardaron aún dos semanas en desaparecer. Pero lo peor estaba por llegar.

Desde que entrara en el último trimestre de embarazo, mi ginecólogo me recomendó que me tomara la tensión todas las semanas, ya que la tensión alta es una de las complicaciones más comunes en el embarazo. Yo lo hice, siempre sigo las pie de la letras las instrucciones de los médicos. La tenía bien, hasta que un día deje de tenerla. Lo recuerdo perfectamente, la farmacéutica me miró muy seria, y me dijo, "tienes 14,9, es muy alta para una mujer en tu estado, díselo al médico" . Ese mismo día tenía cita con mi doctora de cabecera, por el tema de la baja, y se lo comenté.

Saltaron todas las alarmas.

Mi doctora de cabecera me tomó la tensión al menos cuatro veces, hasta quedarse convencida de que efectivamente tenía esa tensión arterial, me examinó las piernas para comprobar la existencia de edemas (hinchazón), y me hizo un análisis de orina en busca de proteínas. Los tres síntomas de la preclampsia: tensión alta, edemas, y proteínas en la orina. El análisis dio negativo, pero me recomendó acudir cuando antes a la consulta de mi ginecólogo. Era viernes y no pasaba consulta hasta el martes, así que el lunes mi doctora de cabecera me hizo volver para repetir el análisis de orina, el segundo de los no sé cuantos que me hicieron.

Mi ginecólogo, al ver las tensiones que tenía (mi doctora de cabecera me había recomendado tomarme la tensión de forma diaria y apuntarlo siempre, hasta me compré un tensiómetro para hacerlo en casa), me mandó más análisis de orina, y medicación. 500 grs. de Aldomet cada 8 horas. También me indicó cuales eran los síntomas de una subida de tensión, para que pudiera reconocerlo de inmediato: dolor de cabeza repentino, dolor debajo del pecho, y pérdidas de visión, como si se viesen manchas blanquecinas. Tenía que volver a controles periódicos, y sobre todo, si mi tensión superaba los 15 de máxima, o los 10 de mínina, tenía que irme a Santa Elena (la clínica, donde iba a dar a luz), para que le avisaran y me practicara una cesárea de urgencia.

No se me olvidará en la vida. Esa misma noche, de repente viendo la televisión, dejé de ver. Era como si una inmensa mancha blanca se fuera haciendo cada vez, más y más grande, hasta coartarme por completo la visión, Me asusté tanto, que me eché a llorar. Era el 5 de marzo, y lloraba por primera vez, pero desde luego no iba a ser la última.

Mi marido, tras regañarme por llorar, me metió en el coche, y me llevó a una farmacia de 24 horas, donde confirmaron la subida de tensión, aunque no llegaba a los parámetros que me habían dado para hacerme una cesárea. Esa misma noche comencé a tomar la medicación.

El comer sin sal y las pastillas mantuvieron la tensión más o menos a raya, pero lo pasé fatal. Continué teniendo subidas repentinas, experimenté todos los síntomas que me había dicho el médico, y de forma reiterada. Por otro lado, comer sin sal es un asco, y las pastillas me dejaban totalmente aturdida, como si estuviera drogada. Comencé a jugar con la dosis que tomaba, bajándola o subiéndola en función de las subidas de tensión, y con el propósito de no sentirme drogada de forma permanente.

A la hipertensión en el último mes, hube de sumarles los dolores de espalda. En total gané durante el embarazo 26 kilos, ahí es nada. Tengo que decir que yo no soy precisamente una mujer pequeña, todo lo contrario, soy muy alta y corpulenta, supongo que eso me salvó, aún así los dolores de espalada comenzaron a ser insoportables, tanto, que por las noches cuando tras todo el día se acentuaban de forma casi inhumana, no podía por menos que echarme a llorar como si fuera una niña pequeña, para desesperación de mi marido, que no sabía como aliviarme.

A todo lo anterior, también hay que sumarle un pinzamiento. La zona central de la espalda, se me quedó como si fuera de corcho, y perdí la sensibilidad y el movimiento en los dedos del pie izquierdo. Como consecuencia de ésto, y del sobrepeso, apenas podía caminar. A la preparación al parto, que hacía en el ambulatorio apenas a un par de minutos de mi casa, me iba arrastrando. A la consulta del ginecólogo, me tenía que llevar mi marido en coche, para dejarme en la misma puerta.

Además, me aburría, así que en lugar de ponerme a escribir como me recomendaban mis compañeros literatos (dejé de escribir, como ya he comentado reiteradamente en mi blog de literatura, cuando mi marido se quedó en paro. No sé porque, se me ha muerto la inspiración), me entregué a otra de mis pasiones, la repostería, pasaba las tardes en la cocina preparando bizcochos, galletas, pastas de té, tartas... me relajaba los nervios, aunque luego casi ni los probara y los fuera repartiendo por la familia. Tanto es así, que mi padre que regaló dos libros de repostería de profesional.

Así, entre controles médicos, y más controles médicos, pastillas, tomas de tensión, dolores de espalda, y dulces caseros, fue transcurriendo el mes de marzo. Durante ese mes comencé a repetir, algo que aún pienso, que ganas tengo que sentirme bien, simplemente eso, que ganas tengo de no sentirme enferma.

El día 20 de marzo, cuando aún me faltaba una semana para salir de cuentas, me levanté por la mañana y estaba manchando. Nos fuimos a Santa Elena de urgencias, allí me reconoció una matrona y me dijo que estaba expulsando el tapón mucoso, que me fuera a casa y volviera cuando estuviera de parto.

Aquí tengo que hacer un inciso, para comentar lo siguiente: llevo yendo al mismo ginecólogo desde que era muy joven, antes incluso fui paciente de su padre, que fue quien me trajo a mi al mundo, pues bien, nunca jamás me ha hecho daño en un reconocimiento, ni siquiera cuando me examinó recién parida, ahora, las dos matronas que atendieron en Santa Elena, tanto en urgencias, como en paritorio, me hicieron polvo al reconocerme, que brutas. Como dice mi marido, por eso unas son matronas, y otros son médicos.

Bueno, el caso es que me mandaron para casa, y a las siete de la tarde, rompí aguas.

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