Lo reconozco abiertamente, mi
trabajo es muy importante para mi, me ha costado mucho trabajo y mucho esfuerzo
llegar hasta donde estoy, labrarme una carrera profesional de la que estar
orgullosa, y hacerlo por mi misma, sin padrinos, sin enchufes, sin ninguna
ayuda, sin títulos rimbombantes de Universidades privadas, sólo con una
licenciatura en Derecho por una universidad pública, un postgrado también en la Complutense , y mi
propio trabajo y esfuerzo personal. Me he dejado literalmente la piel, aunque en mi entorno personal haya quien se
empeñe en repetirme que vaya birria de trabajo que tengo, que si el hijo de
fulanito o de menganito también es abogado y gana no se cuanto al año, no como
yo....
No quería que por nada del mundo
mi embarazo afectara a mi trabajo, aunque tampoco tenía porque temerlo, tengo
la inmensa suerte de tener un buen entorno laboral, me siento apreciada, y
tengo una jefa maravillosa, no obstante, creo que independientemente de las
circunstancias uno siempre tiene que poner de su parte.
El caso es que en la semana 34 me
tuve que coger la baja ante riesgo de parto prematuro. Las contracciones
tardaron aún dos semanas en desaparecer. Pero lo peor estaba por llegar.
Desde que entrara en el último
trimestre de embarazo, mi ginecólogo me recomendó que me tomara la tensión
todas las semanas, ya que la tensión alta es una de las complicaciones más
comunes en el embarazo. Yo lo hice, siempre sigo las pie de la letras las
instrucciones de los médicos. La tenía bien, hasta que un día deje de tenerla.
Lo recuerdo perfectamente, la farmacéutica me miró muy seria, y me dijo, "tienes 14,9, es muy alta para una mujer en
tu estado, díselo al médico" . Ese mismo día tenía cita con mi doctora
de cabecera, por el tema de la baja, y se lo comenté.
Saltaron todas las alarmas.
Mi doctora de cabecera me tomó la
tensión al menos cuatro veces, hasta quedarse convencida de que efectivamente
tenía esa tensión arterial, me examinó las piernas para comprobar la existencia
de edemas (hinchazón), y me hizo un análisis de orina en busca de proteínas.
Los tres síntomas de la preclampsia: tensión alta, edemas, y proteínas en la
orina. El análisis dio negativo, pero me recomendó acudir cuando antes a la
consulta de mi ginecólogo. Era viernes y no pasaba consulta hasta el martes,
así que el lunes mi doctora de cabecera me hizo volver para repetir el análisis
de orina, el segundo de los no sé cuantos que me hicieron.
Mi ginecólogo, al ver las
tensiones que tenía (mi doctora de cabecera me había recomendado tomarme la tensión
de forma diaria y apuntarlo siempre, hasta me compré un tensiómetro para
hacerlo en casa), me mandó más análisis de orina, y medicación. 500 grs. de
Aldomet cada 8 horas. También me indicó cuales eran los síntomas de una subida
de tensión, para que pudiera reconocerlo de inmediato: dolor de cabeza
repentino, dolor debajo del pecho, y pérdidas de visión, como si se viesen
manchas blanquecinas. Tenía que volver a controles periódicos, y sobre todo, si
mi tensión superaba los 15 de máxima, o los 10 de mínina, tenía que irme a
Santa Elena (la clínica, donde iba a dar a luz), para que le avisaran y me
practicara una cesárea de urgencia.
No se me olvidará en la vida. Esa
misma noche, de repente viendo la televisión, dejé de ver. Era como si una
inmensa mancha blanca se fuera haciendo cada vez, más y más grande, hasta
coartarme por completo la visión, Me asusté tanto, que me eché a llorar. Era el
5 de marzo, y lloraba por primera vez, pero desde luego no iba a ser la última.
Mi marido, tras regañarme por llorar,
me metió en el coche, y me llevó a una farmacia de 24 horas, donde confirmaron
la subida de tensión, aunque no llegaba a los parámetros que me habían dado
para hacerme una cesárea. Esa misma noche comencé a tomar la medicación.
El comer sin sal y las pastillas
mantuvieron la tensión más o menos a raya, pero lo pasé fatal. Continué
teniendo subidas repentinas, experimenté todos los síntomas que me había dicho
el médico, y de forma reiterada. Por otro lado, comer sin sal es un asco, y las
pastillas me dejaban totalmente aturdida, como si estuviera drogada. Comencé a
jugar con la dosis que tomaba, bajándola o subiéndola en función de las subidas
de tensión, y con el propósito de no sentirme drogada de forma permanente.
A la hipertensión en el último mes,
hube de sumarles los dolores de espalda. En total gané durante el embarazo 26
kilos, ahí es nada. Tengo que decir que yo no soy precisamente una mujer
pequeña, todo lo contrario, soy muy alta y corpulenta, supongo que eso me
salvó, aún así los dolores de espalada comenzaron a ser insoportables, tanto,
que por las noches cuando tras todo el día se acentuaban de forma casi
inhumana, no podía por menos que echarme a llorar como si fuera una niña
pequeña, para desesperación de mi marido, que no sabía como aliviarme.
A todo lo anterior, también hay
que sumarle un pinzamiento. La zona central de la espalda, se me quedó como si
fuera de corcho, y perdí la sensibilidad y el movimiento en los dedos del pie
izquierdo. Como consecuencia de ésto, y del sobrepeso, apenas podía caminar. A
la preparación al parto, que hacía en el ambulatorio apenas a un par de minutos
de mi casa, me iba arrastrando. A la consulta del ginecólogo, me tenía que
llevar mi marido en coche, para dejarme en la misma puerta.
Además, me aburría, así que en
lugar de ponerme a escribir como me recomendaban mis compañeros literatos (dejé
de escribir, como ya he comentado reiteradamente en mi blog de literatura, cuando mi marido
se quedó en paro. No sé porque, se me ha muerto la inspiración), me entregué a
otra de mis pasiones, la repostería, pasaba las tardes en la cocina preparando
bizcochos, galletas, pastas de té, tartas... me relajaba los nervios, aunque
luego casi ni los probara y los fuera repartiendo por la familia. Tanto es así,
que mi padre que regaló dos libros de repostería de profesional.
Así, entre controles médicos, y
más controles médicos, pastillas, tomas de tensión, dolores de espalda, y
dulces caseros, fue transcurriendo el mes de marzo. Durante ese mes comencé a
repetir, algo que aún pienso, que ganas tengo que sentirme bien, simplemente
eso, que ganas tengo de no sentirme enferma.
El día 20 de marzo, cuando aún me
faltaba una semana para salir de cuentas, me levanté por la mañana y estaba
manchando. Nos fuimos a Santa Elena de urgencias, allí me reconoció una matrona
y me dijo que estaba expulsando el tapón mucoso, que me fuera a casa y volviera
cuando estuviera de parto.
Aquí tengo que hacer un inciso,
para comentar lo siguiente: llevo yendo al mismo ginecólogo desde que era muy joven,
antes incluso fui paciente de su padre, que fue quien me trajo a mi al mundo,
pues bien, nunca jamás me ha hecho daño en un reconocimiento, ni siquiera
cuando me examinó recién parida, ahora, las dos matronas que atendieron en
Santa Elena, tanto en urgencias, como en paritorio, me hicieron polvo al
reconocerme, que brutas. Como dice mi marido, por eso unas son matronas, y otros
son médicos.
Bueno, el caso es que me mandaron
para casa, y a las siete de la tarde, rompí aguas.
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