En más de una ocasión he leído que el estado natural de una madre es sentirse culpable. Y tengo que decir que es una gran verdad. Supongo que el nivel de autoexigencia que nos imponemos es tan alto, que hace que al final nunca podamos ser como la imagen de nosotras mismas que proyectamos en nuestras cabezas.
Pero empecemos por el principio, ¿qué es para mi una madre? una madre es aquella persona que te cuida cuando eres pequeño, se desvela y está pendiente de ti en todo momento, y te hace la vida imposible cuando eres adolescente, para luego convertirse en tu guía en la vida adulta, eso es una madre, y no necesariamente tiene porque ser la persona que te ha parido. Recuerdo un relato de mi admirada Almudena Grandes, en la que una mujer ya adulta, recuerda su infancia a cargo de una muchacha de servicio, porque su madre estaba demasiado ocupada haciendo vida social, la persona que le compraba los uniformes del colegio era su madre, si, pero la criada que la consolaba de las pesadillas por la noche era su mamá.
A mi madre la crió mi bisabuela, mi abuela trabajaba de sol a sol, en una conservera de pescado, en el campo, con los animales, y en casa, no trabajaba más porque el día no tenía más horas. Mi madre llamaba mamá a su abuela, porque mi abuela era su madre, pero su mamá era mi bisabuela.
La madre de una amiga de mi hijo, es rumana, y cuando llegó a España su primer trabajo fue de interna cuidando a unos niños. Cuando encontró un trabajo mejor lo dejó, pero seguía yendo a visitar a esos niños, hasta que un día la madre le dijo que no volviera, porque los niños la querían mucho y lo pasaban fatal cada vez que la veían y se volvía a marchar.
Cuando pienso en mi propia infancia, la primera imagen que me viene a la memoria es la de mi madre, omnipresente, siempre cuidándome, era ama de casa y no tenía nada mejor que hacer. Sin embargo, cuando crecí su omnipresencia me asfixio en muchas ocasiones, y sólo deseaba que trabajara para poder darme un poco de tregua.
Mi tía materna siempre ha trabajado, igual que su madre, y a su vez a su hijo lo crió mi abuela. Una mujer de éxito, que en muchas ocasiones ha sido el espejo en el que yo me he mirado, la persona a imitar, y que un día me dijo que si miraba atrás no le había merecido la pena.
Hace poco a mi jefa, directiva en una gran multinacional, otra mujer de éxito, se le saltaron las lágrimas cuando al decirla que aumentaba mi reducción de jornada tras tener a mi segundo hijo, me dijo que hacía bien porque ella se había perdido la infancia de sus hijos, y nadie se la iba a devolver.
La hija de la mejor amiga de mi madre no trabaja, se dedica a vivir bien y cuidar de sus hijos, yo muchas veces lo pienso, sobre todo cuando noto que no puedo ni pararme a respirar y la envidio. Pero su madre me dijo hace unos meses, que su hija quería volver a trabajar pero era difícil tras 9 años en casa, que que bien había hecho yo combinando el trabajo con el cuidado de los niños.
Yo soy una madre trabajadora que le está robando horas al sueño (y tiene mucho acumulado) para poder escribir unas líneas a la 1 de la mañana, porque lo único que recuerda haber querido hacer siempre en esta vida es escribir, pero que no puede apenas ni contestar al whassap. Trato de llegar a todo y no puedo con nada. Hoy he ido al médico después de trabajar y mi hijo mayor me ha preguntado al llegar que donde estaba, estaba atendido, pero no por mamá. No quiero quedar con nadie (aunque me obligo a ello) porque siento que les robo tiempo a mis hijos, si paso la tarde con uno de ellos me siento culpable por el otro, sé que si no trabajara me asfixiaría en casa (o no), sé que me gusta trabajar, pero tras dos meses y medio siento que me estoy perdiendo a mi bebé, y me siento culpable. Sé que algún día crecerán y pasarán de mi, pero ahora necesitan mis cuidados, y no llego. Cuando me incorporé, al llegar a casa mi bebé se ponía como una moto, ahora sólo me sonríe.
¿Qué nos pasa a las madre que nunca estamos contentas? ¿por qué es tan difícil? y eso que ahora podemos conciliar, no quiero ni pensar como se sentía mi suegra, otra madre trabajadora y en su caso, sin apoyo familiar.
En muchos libros sobre maternidad, dicen que los lazos que se establecen con el primer cuidador son para toda la vida, pero ¿y si ese primer cuidador, sólo lo es durante unos meses, cuando precisamente menos consciencia se tiene? ¿qué ocurre entonces? no lo dicen, aunque está claro que si la autora del libro fuese madre diría que sentirse culpable.
martes, 13 de junio de 2017
miércoles, 3 de mayo de 2017
Un año en casa.
Ya he hablado aquí de lo difícil
que me resultó volver a la oficina tras tener a mi primer hijo, bueno, pues
ahora me toca volver a la oficina tras tener el segundo, y lo que es más
importante, tras estar un año en casa, ahí es nada.
Los desprendimientos de bolsa que
sufrí, unidos a otras complicaciones hicieron que estuviera de baja desde la
semana 13 de embarazo, hasta el final, lo que unido a la baja por maternidad,
el permiso de lactancia y las vacaciones del año pasado, suponen que haya
estado un año entero en mi casa. Va a ser cuanto menos curioso volver a la
normalidad, bueno a mi antigua normalidad, porque estar en casa es ya desde
hace tiempo mi rutina de vida.
Al principio me agobié mucho,
dejaba el trabajo de un día para otro, y tenía muchas cosas a medias, de ahí
que comenzara a trabajar desde casa, además, hasta que me dijeron en la semana
25 que me dejaban de baja, siempre pensé que iba a reincorporar. Recuerdo que
la primera semana, me la pasé entera viendo el Canal Cocina (me encanta
cocinar) y decidí descansar y relajarme, además, como tenía que guardar reposo,
poco más podía hacer, ni la cama, la hacía mi madre cuando llegaba por la tarde
de recoger a mi hijo mayor de la guardería. Tras la primera semana pedí que me
trajeran el portátil de la oficina.
Y así transcurrieron los primeros
meses, en casa, guardando reposo, trabajando y viendo la tele, porque el día
tiene muchas horas. En esa primera etapa me vi las tres últimas temporadas de
Juego de Tronos, las dos últimas de Érase una vez, y la primera de True
detective. Cuando acabó la primavera y comenzó el verano, me dijeron que me
quedaba de baja, ya podía moverme, y salir algo, pero no volvía al trabajo, fue
cuando empecé con Mad Men, enterita. El verano y el comienzo del otoño fue
tiempo de las siete temporadas de The Good Wife, y la llegaba de mi bebé vino
acompañada de las vivencias de Dexter. Ahora se supone que estoy viendo
Breaking Bad, pero no me está gustando demasiado.
Estuve trabajando desde casa
aproximadamente hasta el verano, luego ya sólo de forma puntual hasta
septiembre.
La llegada del verano vino
acompaña del levantamiento del arresto domiciliario, y sobre todo de poder
volver a ocuparme de mi hijo, liberando así a mi madre. Fue un alivio para
ambas. Con el calor tuve un riesgo alto de trombosis, y me mandaron nadar, así
que cuando le recogía de la guardería nos íbamos los dos a la piscina municipal
de al lado de mi casa, ya estaba gorda como un trullo y me suponía un gran
esfuerzo, más con el calor. Nadie que no lo haya pasado, sabe lo que es estar
embaraza en verano, y a mi encima me pilló con todo el tripón. Pero tengo
preciosos recuerdos de esas tardes los dos juntos en la piscina, con mi niño,
que ya empezaba a ser una personita, y ahora desde que ha empezado el colegio
es un sinvergüenza de tomo y lomo.
Y así pasamos el verano. En
agosto comencé con la operación inicio de cole, a comprarle la ropa y
marcársela, y en cuanto me di cuenta era septiembre y empezaba el cole de
mayores, como él dice. El primer día empezaron a las 10 de la mañana, y todo
septiembre salía a las 15 hs, menos mal que estaba de baja, sino hubiera sido
difícil. Recuerdo que para llegar las 15 al colegio comía a las 13:30, muy
pronto para mi, y luego me iba con todo el calor del mediodía, y un tripón ya
considerable a recogerle. Estoy cerca del colegio, pero iba en coche, porque no
me daba la vida. Y luego toda la tarde con él, con mi tripón... pero se
sobrevive a todo. Era la expectación del parque, porque de verdad que yo estaba
absolutamente descomunal, y con el niño en el parque, a ver, en casa era peor y
habían cerrado la piscina, todo el mundo me preguntaba, todos los días que
cuando daba a luz. También recuerdo
estar hasta octubre en pantalón corto y sandalias, que calor se tiene
embarazada.
Tras la llegada del bebé, me tocó
volver a estar más en casa, además coincidió con la llegada del mal tiempo.
Pero curiosamente es cuando más he establecido una verdadera rutina diaria. Ya
totalmente desconectada de la oficina, mis días son, una vez superaba la
primera fase de "no duermo por las noches, y me paso la mañana
durmiendo", levantar al mayor, darle el desayuno y vestirle, para que se
lo lleve su padre al colegio, ventilar, hacer las camas, recoger la casa, hacer
la compra cuando toca, algún recado la mayoría de los días, ocuparme del bebé,
escribir mientras duerme en su hamaquita a mi lado, comer viendo la serie de
turno, y salir pitando al colegio porque he apurado tiempo de más viendo dicha
serie, recoger al mayor, darle la merienda, coger el autobús a casa, ir al
parque si hace buen tiempo, sino subir a casa, baños, cenas, a dormir los
peques y yo vuelta a la tele, a un libro, o a escribir.
Esa es ahora mi vida, o lo va a
ser hasta el lunes, que me toca volver a trabajar. Lo que más pena me va a dar
es separarme de mi bebé, aunque también voy a echar de menos el silencio, ese
maravilloso silencio que invade toda la casa cuando mi marido y mi hijo mayor
salen por la puerta, esa paz, que hacía tanto tiempo que como madre trabajadora
no saboreaba.
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Hace un mes que escribí las
líneas anteriores, lo que supone que ya llevo un mes trabajando. Tengo que
decir que ha sido menos duro que la otra vez, igual que el hecho de enfrentarme
al postparto, supongo que porque ya lo has vivido y sabes a lo que te vas a
enfrentar.
Al llegar a la oficina me sentí
en cierta manera como si nunca me hubiera ido. Es raro, porque ya tenía muy hecha
mi vida en casa. A veces, por la noche, se me olvida que al día siguiente tengo
que madrugar, supongo que la falta de costumbre.
Lo que está siendo un poco caos,
es volver a acostumbrarme a hacer las cosas de la casa, y sobre todo la compra
por la tarde, con los niños... con lo fácil que es hacerlo tranquilamente por
la mañana. Pero siento que mi vida vuelve a estar donde debe, además, ser madre
trabajadora es como montar en bicicleta, una vez superada la adaptación, nunca
se olvida.
jueves, 30 de marzo de 2017
Nuevo postparto:
El blog en el que ahora escribo,
fue resultado de la necesidad de tener una vía de desahogo durante mi primer
postparto, sobre el que di cuenta sobradamente en las primeras entradas. Por
ello, al volver a quedarme embarazada una de las cosas que más miedo me daban
eran el postparto, sin embargo, no ha podido ser más diferente.
Ya suponía que el segundo hijo te
pilla con otras manos, y sobre todo con experiencia y la seguridad de saber lo
que haces, pero lo que no suponía es hasta que punto también encaras el postparto
con otra serenidad, más que nada porque sabes que tiene una fecha de fin.
Aún en el hospital lo viví todo
de otra manera, el ducharme después del parto (con el primero me pareció un
mundo), el meconio, las primeras tomas... es que ya te lo sabes, y sobre todo
decidí no agobiarme por el pecho, que se quedaba con hambre con los calostros,
pues se pedía un biberón (aunque con éste sólo tuve que pedir un par), y todo
transcurrió en paz y armonía.
Al llegar a casa siempre hay unos
días de ajuste, pero eso ya lo sabes. En mi caso aproveché que mi hijo mayor
estuvo unos días con mis padres para dormir en su cuarto, parece una tontería
pero dormir mi marido y yo en camas separadas los primeros días ayudó a
descansar mejor, sobre todo porque no me daba miedo despertarle por las tomas
nocturnas, aunque tampoco debería dármelo que la recién parida era yo, y quien
tenía que reponerse y descansar, aunque al final nunca descansas.
La episiotomía que tantos
problemas me dio tras mi primer parto, y eso que fue mucho menor, no me los dio
en éste a pesar de ser considerablemente más grande. También yo tuve muchísimo
cuidado con los movimientos que hacía, nunca tuve claro si la primera vez se
saltaron los puntos porque me cosieron mal o por un movimiento mío, así que me
movía con una prudencia infinita. Además, me comencé a dar desde el primer
momento que llegué a casa, y sin que me lo dijera nadie, el gel cicatrizante
que me mandaron para cerrar la primera. Es cierto que en el hospital me dolió
mucho, de hecho me tuvieron que dar calmantes, pero a los pocos días empezó a
cerrar y en 15 días estaba curada. Primer paso superado.
El principal problema que tuve
fue la tensión, me dieron el alta con ella alta, y tuve que recuperar el tensiómetro
del final de mi primer embarazo para controlarla en casa, y volver a comer sin
sal.... que horror. Un día llegué a 16 de máxima, y tenía un dolor de cabeza
horrible, así que mi marido me tuvo que llevar corriendo a urgencias, donde me
pincharon algo que me dolió una barbaridad, y me tumbaron del lado izquierdo,
que al parecer hace bajar la tensión cuando tienes mucha tripa. Pero a las
semanas de dar a luz, por suerte, comenzó a bajar. Menos mal, porque con eso si
que estaba preocupada.
También me relajé con el pecho,
aunque eso ya lo contaré. Hubo noches sin dormir, como es lógico, muchas, pero
muy distintas a con el mayor. Mi primer hijo nos tuvo mes y medio sin dormir, y
se tiraba hora y media para comer de día y de noche, un horror. Con el segundo
durante las tomas nocturnas me iba al sofá, porque recordaba con pavor esas
noches dando el pecho sentada en la cama, con mi marido gruñendo al lado, así
que nada, en cuanto empezaba a dar la lata por la noche al sofá, me ponía
cómoda medio tumbada para darle el pecho, y me sujetaba los brazos con cojines
por si me dormía, y relajadamente le daba de comer. La verdad es que al final nos
dormíamos los dos, y así amanecíamos muchos días, además, en cuanto me iba a la
cama y le dejaba en el moisés lloraba, así que vuelta al sofá. Hubo muchas
noches que no pude ni estirarme en la cama, era lo único que quería hacer, poder
tumbarme y estirarme a gusto en la cama, pero pronto pasó, y mi bebé duerme y
ha dormido mucho mejor que su hermano mayor. Lo bueno fue que el bebé era
hacerse de día y dormir plácidamente, no como su hermano, así que ahí recuperaba
yo sueño, es cierto que entré en un bucle que era pasar la noche en el sofá,
dormir por la mañana, comer, ir al buscar al mayor al colegio, sobrevivir a la
tarde con los dos, y vuelta al sofá, no hacía nada más, pero por lo menos dormía
algo, que nadie sabe lo que es no poder dormir nada hasta que no se vive.
Por otro lado, y lo más
importante no tuve depresión postparto, por lo que comparado con el anterior, éste
me ha parecido un camino de rosas.
Lo más agobiante, eso si, de
tener el segundo es que te tienes que ocupar de los dos a la vez, y no es fácil,
a los 15 días mi marido tuvo que volver al trabajo (claro, que en lo único que
me ayudaba era en ir a buscar el niño al colegio, porque lo demás, su frase hacia
mi, recién parida y sin dormir, era ¿qué comemos hoy?, vamos ni pensar en
ayudar en nada de la casa), así que tocó quedarme sóla con dos niños pequeños,
y cuadrar horarios para ir a buscar al mayor al colegio, con un bebé de 15 días
así lloviera, tronara... pero tiras para adelante, no queda otra, tiras de tu
cuerpo, y al final yo creo que por eso te recuperas antes, a ver que remedio. Recuerdo
que lo peor era por las mañanas, me agobiaba mucho que el bebé se pusiera a
llorar justo cuando tenía que dar el desayuno y vestir al mayor, y es que lo de
cuadrar horarios de dos niños es al principio una aventura.
lunes, 6 de marzo de 2017
Nueva maternidad:
Como
ya comenté por aquí, hace unos meses he sido madre por segunda vez, así que ya
no soy una mamá tan novata, sino más bien todo lo contrario, y tengo que decir
que ha sido una experiencia totalmente diferente a lo anterior.
Empezaré
con el embarazo.
Aunque
el primero ya tuvo sus momentos de traca, con un ingreso hospitalario e
hipertensión, éste se ha llevado la palma; comenzó igual que el otro, sin
nauseas, vómitos, ascos u olores, sólo con algún mareo, pero en la semana 13,
justo el día que iba al ginecólogo a hacerme el screening (si todo salía bien,
ya lo iba a decir en el trabajo), tuve un desprendimiento completo de la bolsa.
Todo
comenzó un poco antes de la hora de comer, fui al baño y no podía orinar bien,
me costaba trabajo, aunque en ese momento no lo asocié con nada específico. Pero
después de comer, sobre las 16 hs, se me puso de repente todo el abdomen duro
como una piedra, igual que con las contracciones de Braxton Hicks, y comencé a
notar un dolor punzante, horrible en toda la zona, que se iba haciendo más y
más fuerte por momentos, tuve que agarrarme a la mesa para no gritar, hasta que
de repente oí un chasquido, y el dolor cesó a la vez que notaba una sensación
de calor muy intensa en la vagina. Fui corriendo al cuarto de baño, y estaba
sangrando, no manchando un poco, no, sangrando como hubieran abierto un grifo a
máxima potencia. Volví a mi mesa, cogí una compresa, y les dije a mis
compañeras que tenía una hemorragia (ellas ya sabían que estaba embarazada) y
me fui disparada al ginecólogo, que ya era casualidad que tuviera cita para
aquel día.
Por
el camino llamé con el manos libres a mi madre que había ido a recoger a mi
hijo mayor, y ella como siempre tan optimista, igual que mi abuela, me espetó,
pues nada hija olvídate que eso es un aborto. Después llamé a mi marido, para
contarle lo que sucedía, y me dijo que le contaba, que si es que quería que
fuera a la consulta del ginecólogo conmigo, porque no podía ir que estaba en el
trabajo, le contesté que que menos que decírselo, y me respondió, pues bueno ya
estoy informado y colgó. Todo esto mientras iba conduciendo por la autopista.
Así
que ahí llegue yo a la consulta del ginecólogo, como pude y medio
desangrándome. También había llamado a la consulta contando lo ocurrido y me
hicieron pasar nada más llegar. La compresa que me había puesto en el trabajo
hacía escasamente media hora, ya estaba completamente empapada y me corría la
sangre por las piernas. El médico lo primero que miró es si el feto tenía
latido, que lo tenía, y si la placenta se había desplazado, que no, eso era lo
importante, ya que si la placenta se movía el bebé no se alimentaba y ya si que
no había que hacer. La bolsa se había desprendido por completo de las paredes
del útero, pero el bebé estaba vivo y alimentándose, así que tenía que guardar
reposo.
Esa
noche empapé las compresas, el pijama, las sábanas y la funda del colchón, como
si hubiéramos matado a un cerdo en mi cuarto.
Y ahí comenzó mi estancia en casa, que se prolongó durante todo el
embarazo. Durante la primera semana, vi mucho la televisión, siempre he sido
seriéfila así que aproveché. Mi madre venía por las tardes a cuidar de mi hijo
cuando salía de la guardería. A la semana pedí que por favor, me trajeran el portátil
de la oficina y comencé a trabajar desde casa.
A
los 15 días volví al ginecólogo, me dijo que todo iba bien, que la bolsa se
estaba uniendo de nuevo al útero, y que me podía mover e incluso ir a trabajar
(menos mal, porque de nuevo había ido yo sola al ginecólogo, aunque esta vez me
cogí un taxi). Al llegar a casa puse una lavadora, tampoco hice mucho más, pero
por la noche tuve una nueva hemorragia, cogí el coche y me fui a urgencias (si,
sola y conduciendo) la bolsa se había vuelto a desprender, esta vez de forma parcial,
y tenía que volver a guardar reposo.
Y
así estuve, en casa. Otro día comencé a notar mucho flujo, demasiado, y
demasiado líquido, volví a urgencias, al parecer no era líquido amniótico. Pero
en la ecografía de las 20 semanas, la bolsa mostraba indicios de haberse roto
en algún momento, y había sangre en el líquido. Del resultado de esa ecografía
dependía que dieran el alta o no, y a la vista del resultado no me la dieron,
estuve de baja el resto del embarazo.
Más
o menos sobre la semana 25, parecía que el tema de la bolsa estaba más o menos
superado, y me dejaron salir de casa, nadie sabe lo que es estar sin salir, y
poder de nuevo respirar el aire de la calle. Pero entonces, empezó el calor en
Madrid, yo creo que no hay experiencia más horrible que estar embarazada en
verano. Una mañana me levanté con una pierna, la izquierda, muy hinchada y la
otra no, se lo comenté al ginecólogo, que enseguida dio un respingo... riesgo
alto de trombosis. Creo que entre un embarazo y otro, sólo me ha faltado tener
diabetes gestacional. Me mandaron nadar,
darme masajes, poner los pies en alto, no podía estar más de 2 horas sentada...
todo esto mientras me caían kilos y más kilos encima, 36 engordé en total.
Y
así pasamos el verano, yendo a la piscina con mi hijo, ya que no nos pudimos
mover de Madrid, mirándome continuamente las piernas. El otoño trajo vientos
nuevos y algo de fresquito, menos mal, y me puse de parto.
Comencé
a tener contracciones a las 8 de la mañana de un día de fiesta, y al romper
aguas todos a la clínica, incluido nuestro hijo, que el pobre no entendía muy
bien que pasaba y sólo me decía que quería desayunar, le di una caja de
galletas, tal cual, pobrecito. Luego en la clínica le recogieron mis padres.
Como
mi primer parto fue tan precipitado, me llevaron directamente al paritorio sin
pasar por la habitación. Curiosamente me tocó el mismo anestesista que la otra
vez, pero la experiencia fue muy distinta. Tengo unas venas horribles,
horribles de verdad, muy finas, muy profundas, y se colapsan con facilidad,
pincharme a mi es de nota, soy el terror de las enfermeras. Siempre lo
advierto, pero no suelen hacerme caso, hasta que les toca buscarme la vena,
claro. La enfermera no fue capaz, la matrona menos, y le dejaron al anestesista
la tarea de cogerme la vía. Yo no le recodaba así, pero fue borde, borde,
borde, grosero y antipático a más no poder, conmigo, con la matrona y con la
enfermera, que hasta me miraban entre ellas, no sé si porque es así siempre, o
la otra vez tuve suerte, o porque estaba de mala hostia por tener que trabajar
un día festivo, pero el caso es que no pudo ser más desagradable. Le dije que
mis venas eran muy malas, pero pasó, y claro cuando empezó a palpar se cagó en
todo, pero ni cortó ni perezoso cogió una aguja y me pinchó así sin más, como
si entrara a matar en Las Ventas, haciéndome un daño horroroso, grité, y me
dijo literalmente que era una quejica y una floja, por supuesto, no cogió la
vía en ese intento, pero del pinchazo comenzó a salir sangre a borbotones, que
la matrona trató de parar. Me mareé, no olvidemos que estaba de parto y con
contracciones, la matrona me tumbó para mofa del anestesista, algo muy
profesional por su parte. Tuvo que intentarlo al menos dos veces más, hasta que
lo consiguió. Luego al ponerme la epidural me hizo muchísimo daño, más del
normal, lo sé porque ya me la habían puesto otra vez, y precisamente este mismo
anestesista, cierto es que me la puso bien porque luego no tuve ni dolor de
espalda ni de cabeza, pero contra me hizo mucho daño. Y claro como me queje,
vamos di un grito, siguió con lo de que floja, y no sé cuantas cosas más, de
hecho así se fue del paritorio.
Sin
comentarios.
Con
la epidural puesta, llegó mi ginecólogo, todo un alivio verle. Como mi primer
parto fue precipitado, me había dado su móvil para que le llamase cuando
estuviera de parto, todo un detalle. Todos esperábamos que el segundo parto
fuera incluso más sencillo que el primero, pero no fue así. Dilaté rápido, pero
el bebé no bajaba, no bajaba, y esperamos. Entró en bradicardia sostenida,
vamos, que se le paró el corazón, el médico metió la mano, algo le impedía
bajar y cuando lo intentaba se le paraba el corazón. Me pararon las
contracciones con un medicamento que me provocó taquicardia y fuertes temblores
(me lo advirtieron antes) y vivimos unos momentos muy tensos en el paritorio.
Lo bajó al canal del parto con la ventosa (cuando la vi, casí me da algo), pero
no salía. Al final le dijo a la comadrona se subiera y me metiera el codo, a mi
que empujara cuando me dijera como si me fuera la vida en ello, y le pidió a la
enfermera los forceps, porque tenía que sacarlo ya. Y así salió. Venía de cara,
por eso no bajaba, y con doble vuelta de cordón, por eso se le paraba el
corazón. El médico me dijo que porque era el segundo y yo era buena paridora,
sino ni intenta lo de los forceps y nos íbamos directamente a cesárea. Hasta la
placenta tardó en salir, no fue desde luego un parto fácil. Me dieron yo que sé
cuantos puntos.
Pero
después de tantas idas y venidas, mi bebé estaba en el mundo, y estaba bien.
Y
de ahí a la habitación, que alegría me dió llegar.
Los
días siguientes fueron muy distintos a los transcurridos con mi primer hijo, en
primer lugar, no vino a verme casi nadie. Con el primero la habitación parecía
una estación de metro, al segundo casi no fue nadie a verle, hasta el punto de
que yo en determinados momentos me sentí muy sola. Sé que hay mujeres que no
quieren visitas, bien, pues se pregunta a la madre y ya está, no se dan las
cosas por supuesto. Tampoco tuve flores, ni apenas regalos, cuando con mi
primer hijo, mi padre y mi marido tuvieron que hacer varios viajes a casa para
ir llevando cosas... en fin que triste. De hecho, es la fecha (y han pasado
muchos meses) que hay mucha gente que aún no ha venido a conocer a mi bebé.
Los
puntos me dolían, mucho, y me medicaron para que no me quedara en cama, el
riesgo de trombosis era aún más alto ahora y se me disparó la tensión. Me
dieron el alta con 14/9, e instrucciones de vigilancia en casa. A los pocos
días me tuvo que llevar mi marido a urgencias porque llegué a los 16,
afortunadamente tras un par de semanas comenzó a bajar.
Ya
estaba en casa con mi bebé. Pero el segundo postparto ya lo cuento otro día.
viernes, 20 de enero de 2017
La generación del Dalsy:
Si digo que conciliar maternidad
y trabajo fuera de casa es complicado, no descubro nada nuevo, aunque es cierto
que solamente las madres trabajadoras (por regla general, a los padres
españoles les queda mucho camino por recorrer en la asunción de
responsabilidades en este tema) sabemos realmente cuán difícil es; y como si el
niño/a se pone malo, la cuadratura del círculo es un juego al lado de lo que
nosotras hacemos. Yo a veces hasta creo oír de fondo la música de Misión
Imposible, bueno lo cierto es que me la canto yo misma, por aquello de rebajar
presión.
Claro está que hay determinadas
circunstancias que hacen que dicha tarea, propia de los doce trabajos de
Hércules, sea más o menos complicada. Para mi las principales serían:
- La flexibilidad laboral, es
decir, la posibilidad de acomodar tu horario de trabajo a tus necesidades
personales. No es la panacea, pero ayuda, sobre todo a la hora de tener que
llevar el niño al médico, o ir al trabajo después de una, o varias, noches en
vela, y a menudo en urgencias. Y es que aunque a algunos les parezca un
escándalo, se puede hacer el mismo trabajo que tus compañeros, pero a otras
horas, porque al final, no nos engañemos lo importante es que el trabajo salga,
algo también aplicable a la reducción de jornada.
- El teletrabajo, ese invento que
te permite realizar tu trabajo desde casa, y que a muchos todavía les parece
tan lejano y ficticio como la teletransportación de Start Trek. Claro que va
totalmente en contra de esa filosofía laboral tan extendida en nuestro país,
popularmente conocida como "calentar silla", y que lleva a muchos a
pensar que el mejor trabajador/a es aquel que se está siempre en su puesto y
hasta las mil, da igual que entre medias se haya tomado siete cafés, y haya
bajado nueve veces a fumar a la calle aunque no fume, se queda hasta tarde. Al
algunos les deberían explicar el significado de la palabra productividad.
- El tercer elemento, y el
recurso más habitual son los abuelos, vamos que dejas al niño/a con tus padres
o tus suegros, y te largas a trabajar tras, en mi caso, cruzarte todo Madrid en
hora punta, y tratar de llegar a una hora razonable a la oficina (de ahí al
Paris-Dakar de cabeza), aunque hay suertudos que los tienen al lado de casa,
pero no es mi caso. Consejo para todas
aquellas parejas jóvenes que estén buscando piso y quieran tener hijos en el
futuro: quedaros cerca de la familia, la vais a necesitar.
El último recurso, cuando falla
todo lo anterior es recurrir al Dalsy o la Apiretal, es decir, le metes un
chute de antitérmico a la criatura, le endosas al cole/guarde, te vas a currar
y que sea lo que Dios quiera. Por desgracia, ésto es lo más habitual de unos
años a esta parte, sobre todo en las grandes ciudades donde hay mucha gente que
procede de otras provincias, y no tiene aquí a la familia, o como en muchos
casos los abuelos aún trabajan. Hombre, también te puedes coger el día de
vacaciones, si, pero no hay vacaciones que cubran el calendario escolar y
además las enfermedades infantiles. Por eso, yo a nuestros niños les llamo la
generación del Dalsy, porque al final para que este medicamento quien les está
criando, pobrecitos míos.
Ya hay muchos colegios que tienen
servicio médico (algo impensable cuando yo era pequeña), y te entregan un protocolo
para cuando les tengan que administrar ellos medicamentos. Hay otros colegios
(la mayoría públicos), donde no te dejan que los niños vayan a clase con
medicación. No sé como lo harán los padres en estos casos, a mi si muchas veces
no me hubieran dejado llevar a mi hijo mayor con medicación en la guardería, no
sé como hubiera podido seguir trabajando.
Toda esta reflexión, con la que
no le descubro nada nuevo a nadie que tenga hijos, viene a raíz de una
conversación que tuve recientemente, con una amiga que reside en Alemania con
su marido y su hijo de casi dos años. Le comenté que cómo lo hacían estando
ellos solos (ella española, él italiano) sin abuelos que les ayuden, y me
respondió que es complicado, sobre todo cuando se pone malo, pero que en esos
casos teletrabaja o si ve que el niño no la va a dejar hacerlo, pide el
justificante.
¿El justificante? ¿qué
justificante? ¿de qué me estaba hablando?
Bueno pues es que resulta que en
Alemania, cuando tu niño/a se pone malo, su pediatra te hace un justificante
para tu empresa en el que indica que considera que el niño se tiene que quedar
en casa X días, y nadie ve mal que tú te quedes a cuidarle, es más, lo ven
lógico, es tu hijo. Cuando la dije que aquí mucha gente le mete un chute de
Dalsy (que por cierto, allí no existe, no hay nada parecido) y ala para la
calle, le pareció un escándalo, horrible, y es que no nos engañemos, lo es,
pero hace tiempo que hemos perdido la perspectiva.
Sin embargo, para llevar a cabo
estas medidas en España harían falta dos cosas:
1.- Concienciación de la sociedad
y los empresarios, de manera que nadie viera mal que un padre o una madre
faltaran al trabajo para cuidar a su hijo.
2.- Que se usara con
responsabilidad, ya que no olvidemos que estamos en un país que hizo de la
picaresca uno de sus grandes géneros literarios del siglo de oro.
Por cierto, han pasado semanas
desde esta conversación, y a mi aún me dura el cabreo con este país. Se me va a
tardar en pasar, bastante tiempo.
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