Como
ya comenté por aquí, hace unos meses he sido madre por segunda vez, así que ya
no soy una mamá tan novata, sino más bien todo lo contrario, y tengo que decir
que ha sido una experiencia totalmente diferente a lo anterior.
Empezaré
con el embarazo.
Aunque
el primero ya tuvo sus momentos de traca, con un ingreso hospitalario e
hipertensión, éste se ha llevado la palma; comenzó igual que el otro, sin
nauseas, vómitos, ascos u olores, sólo con algún mareo, pero en la semana 13,
justo el día que iba al ginecólogo a hacerme el screening (si todo salía bien,
ya lo iba a decir en el trabajo), tuve un desprendimiento completo de la bolsa.
Todo
comenzó un poco antes de la hora de comer, fui al baño y no podía orinar bien,
me costaba trabajo, aunque en ese momento no lo asocié con nada específico. Pero
después de comer, sobre las 16 hs, se me puso de repente todo el abdomen duro
como una piedra, igual que con las contracciones de Braxton Hicks, y comencé a
notar un dolor punzante, horrible en toda la zona, que se iba haciendo más y
más fuerte por momentos, tuve que agarrarme a la mesa para no gritar, hasta que
de repente oí un chasquido, y el dolor cesó a la vez que notaba una sensación
de calor muy intensa en la vagina. Fui corriendo al cuarto de baño, y estaba
sangrando, no manchando un poco, no, sangrando como hubieran abierto un grifo a
máxima potencia. Volví a mi mesa, cogí una compresa, y les dije a mis
compañeras que tenía una hemorragia (ellas ya sabían que estaba embarazada) y
me fui disparada al ginecólogo, que ya era casualidad que tuviera cita para
aquel día.
Por
el camino llamé con el manos libres a mi madre que había ido a recoger a mi
hijo mayor, y ella como siempre tan optimista, igual que mi abuela, me espetó,
pues nada hija olvídate que eso es un aborto. Después llamé a mi marido, para
contarle lo que sucedía, y me dijo que le contaba, que si es que quería que
fuera a la consulta del ginecólogo conmigo, porque no podía ir que estaba en el
trabajo, le contesté que que menos que decírselo, y me respondió, pues bueno ya
estoy informado y colgó. Todo esto mientras iba conduciendo por la autopista.
Así
que ahí llegue yo a la consulta del ginecólogo, como pude y medio
desangrándome. También había llamado a la consulta contando lo ocurrido y me
hicieron pasar nada más llegar. La compresa que me había puesto en el trabajo
hacía escasamente media hora, ya estaba completamente empapada y me corría la
sangre por las piernas. El médico lo primero que miró es si el feto tenía
latido, que lo tenía, y si la placenta se había desplazado, que no, eso era lo
importante, ya que si la placenta se movía el bebé no se alimentaba y ya si que
no había que hacer. La bolsa se había desprendido por completo de las paredes
del útero, pero el bebé estaba vivo y alimentándose, así que tenía que guardar
reposo.
Esa
noche empapé las compresas, el pijama, las sábanas y la funda del colchón, como
si hubiéramos matado a un cerdo en mi cuarto.
Y ahí comenzó mi estancia en casa, que se prolongó durante todo el
embarazo. Durante la primera semana, vi mucho la televisión, siempre he sido
seriéfila así que aproveché. Mi madre venía por las tardes a cuidar de mi hijo
cuando salía de la guardería. A la semana pedí que por favor, me trajeran el portátil
de la oficina y comencé a trabajar desde casa.
A
los 15 días volví al ginecólogo, me dijo que todo iba bien, que la bolsa se
estaba uniendo de nuevo al útero, y que me podía mover e incluso ir a trabajar
(menos mal, porque de nuevo había ido yo sola al ginecólogo, aunque esta vez me
cogí un taxi). Al llegar a casa puse una lavadora, tampoco hice mucho más, pero
por la noche tuve una nueva hemorragia, cogí el coche y me fui a urgencias (si,
sola y conduciendo) la bolsa se había vuelto a desprender, esta vez de forma parcial,
y tenía que volver a guardar reposo.
Y
así estuve, en casa. Otro día comencé a notar mucho flujo, demasiado, y
demasiado líquido, volví a urgencias, al parecer no era líquido amniótico. Pero
en la ecografía de las 20 semanas, la bolsa mostraba indicios de haberse roto
en algún momento, y había sangre en el líquido. Del resultado de esa ecografía
dependía que dieran el alta o no, y a la vista del resultado no me la dieron,
estuve de baja el resto del embarazo.
Más
o menos sobre la semana 25, parecía que el tema de la bolsa estaba más o menos
superado, y me dejaron salir de casa, nadie sabe lo que es estar sin salir, y
poder de nuevo respirar el aire de la calle. Pero entonces, empezó el calor en
Madrid, yo creo que no hay experiencia más horrible que estar embarazada en
verano. Una mañana me levanté con una pierna, la izquierda, muy hinchada y la
otra no, se lo comenté al ginecólogo, que enseguida dio un respingo... riesgo
alto de trombosis. Creo que entre un embarazo y otro, sólo me ha faltado tener
diabetes gestacional. Me mandaron nadar,
darme masajes, poner los pies en alto, no podía estar más de 2 horas sentada...
todo esto mientras me caían kilos y más kilos encima, 36 engordé en total.
Y
así pasamos el verano, yendo a la piscina con mi hijo, ya que no nos pudimos
mover de Madrid, mirándome continuamente las piernas. El otoño trajo vientos
nuevos y algo de fresquito, menos mal, y me puse de parto.
Comencé
a tener contracciones a las 8 de la mañana de un día de fiesta, y al romper
aguas todos a la clínica, incluido nuestro hijo, que el pobre no entendía muy
bien que pasaba y sólo me decía que quería desayunar, le di una caja de
galletas, tal cual, pobrecito. Luego en la clínica le recogieron mis padres.
Como
mi primer parto fue tan precipitado, me llevaron directamente al paritorio sin
pasar por la habitación. Curiosamente me tocó el mismo anestesista que la otra
vez, pero la experiencia fue muy distinta. Tengo unas venas horribles,
horribles de verdad, muy finas, muy profundas, y se colapsan con facilidad,
pincharme a mi es de nota, soy el terror de las enfermeras. Siempre lo
advierto, pero no suelen hacerme caso, hasta que les toca buscarme la vena,
claro. La enfermera no fue capaz, la matrona menos, y le dejaron al anestesista
la tarea de cogerme la vía. Yo no le recodaba así, pero fue borde, borde,
borde, grosero y antipático a más no poder, conmigo, con la matrona y con la
enfermera, que hasta me miraban entre ellas, no sé si porque es así siempre, o
la otra vez tuve suerte, o porque estaba de mala hostia por tener que trabajar
un día festivo, pero el caso es que no pudo ser más desagradable. Le dije que
mis venas eran muy malas, pero pasó, y claro cuando empezó a palpar se cagó en
todo, pero ni cortó ni perezoso cogió una aguja y me pinchó así sin más, como
si entrara a matar en Las Ventas, haciéndome un daño horroroso, grité, y me
dijo literalmente que era una quejica y una floja, por supuesto, no cogió la
vía en ese intento, pero del pinchazo comenzó a salir sangre a borbotones, que
la matrona trató de parar. Me mareé, no olvidemos que estaba de parto y con
contracciones, la matrona me tumbó para mofa del anestesista, algo muy
profesional por su parte. Tuvo que intentarlo al menos dos veces más, hasta que
lo consiguió. Luego al ponerme la epidural me hizo muchísimo daño, más del
normal, lo sé porque ya me la habían puesto otra vez, y precisamente este mismo
anestesista, cierto es que me la puso bien porque luego no tuve ni dolor de
espalda ni de cabeza, pero contra me hizo mucho daño. Y claro como me queje,
vamos di un grito, siguió con lo de que floja, y no sé cuantas cosas más, de
hecho así se fue del paritorio.
Sin
comentarios.
Con
la epidural puesta, llegó mi ginecólogo, todo un alivio verle. Como mi primer
parto fue precipitado, me había dado su móvil para que le llamase cuando
estuviera de parto, todo un detalle. Todos esperábamos que el segundo parto
fuera incluso más sencillo que el primero, pero no fue así. Dilaté rápido, pero
el bebé no bajaba, no bajaba, y esperamos. Entró en bradicardia sostenida,
vamos, que se le paró el corazón, el médico metió la mano, algo le impedía
bajar y cuando lo intentaba se le paraba el corazón. Me pararon las
contracciones con un medicamento que me provocó taquicardia y fuertes temblores
(me lo advirtieron antes) y vivimos unos momentos muy tensos en el paritorio.
Lo bajó al canal del parto con la ventosa (cuando la vi, casí me da algo), pero
no salía. Al final le dijo a la comadrona se subiera y me metiera el codo, a mi
que empujara cuando me dijera como si me fuera la vida en ello, y le pidió a la
enfermera los forceps, porque tenía que sacarlo ya. Y así salió. Venía de cara,
por eso no bajaba, y con doble vuelta de cordón, por eso se le paraba el
corazón. El médico me dijo que porque era el segundo y yo era buena paridora,
sino ni intenta lo de los forceps y nos íbamos directamente a cesárea. Hasta la
placenta tardó en salir, no fue desde luego un parto fácil. Me dieron yo que sé
cuantos puntos.
Pero
después de tantas idas y venidas, mi bebé estaba en el mundo, y estaba bien.
Y
de ahí a la habitación, que alegría me dió llegar.
Los
días siguientes fueron muy distintos a los transcurridos con mi primer hijo, en
primer lugar, no vino a verme casi nadie. Con el primero la habitación parecía
una estación de metro, al segundo casi no fue nadie a verle, hasta el punto de
que yo en determinados momentos me sentí muy sola. Sé que hay mujeres que no
quieren visitas, bien, pues se pregunta a la madre y ya está, no se dan las
cosas por supuesto. Tampoco tuve flores, ni apenas regalos, cuando con mi
primer hijo, mi padre y mi marido tuvieron que hacer varios viajes a casa para
ir llevando cosas... en fin que triste. De hecho, es la fecha (y han pasado
muchos meses) que hay mucha gente que aún no ha venido a conocer a mi bebé.
Los
puntos me dolían, mucho, y me medicaron para que no me quedara en cama, el
riesgo de trombosis era aún más alto ahora y se me disparó la tensión. Me
dieron el alta con 14/9, e instrucciones de vigilancia en casa. A los pocos
días me tuvo que llevar mi marido a urgencias porque llegué a los 16,
afortunadamente tras un par de semanas comenzó a bajar.
Ya
estaba en casa con mi bebé. Pero el segundo postparto ya lo cuento otro día.
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